Y finalmente cuenta con todo detalle los sucesos que determinaron la muerte del rey Alboino:
«Habiendo reinado Alboino en Italia tres años y seis meses, pereció por la alevosía de su esposa —es decir, en la primavera del 573—. La causa de su asesinato fue la siguiente: hallándose en Verona más tiempo de lo conveniente, holgando en la mesa, teniendo delante la copa que había hecho construir del cráneo de su suegro el rey Cunimundo, mandó presentar en esta copa vino a la reina, invitándola a beber alegremente con su padre. Que nadie crea esto imposible, yo hablo la verdad en Cristo y yo mismo he visto esta copa cuando el rey Rachis la tuvo en sus n.anos en una ocasión de fiesta y la mostró a sus huéspedes. Cuando Rosamunda oyó esto se le oprimió el corazón y ardió en deseos de vengar a su padre con la muerte de su marido. No tardó en conjurarse con Helmichis, escudero y hermano de leche del rey. Helmichis aconsejó a la reina que se entendiese para el asesinato del rey con Peredeo, que era hombre de una fuerza extraordinaria, y como este Peredeo no quisiera cometer tan grande crimen, se acostó la reina por la noche en la cama de su camarera, la cual tenía relaciones amorosas con Peredeo, y cuando éste se presentó por la noche sigilosamente para entretenerse con su novia, durmió sin saberlo con la reina. Cuando hubo consumado el adulterio, le preguntó la reina por quién la tomaba, y Peredeo contestó nombrando a su amiga, a lo cual le contestó la reina: «Estás muy engañado, pues yo soy Rosamunda, y tú has cometido ahora un hecho por el cual tienes que matar a Alboino si no quieres que te mate a ti.» Al conocer Peredeo el mal que había hecho, se vio forzado a consentir en el asesinato del rey, lo que por su libre voluntad no habría hecho nunca. Entonces, cuando Alboino se había echado al día siguiente a dormir la siesta, mandó Rosamunda que reinara el mayor silencio en el palacio y quitó de en medio todas las armas, menos la espada del rey, colocada junto a la cabecera de su cama, donde la reina tan fuertemente la ató, que el rey, al despertarse, no pudiera desprenderla ni desenvainarla. Después, Rosamunda, más feroz que todas las fieras, hizo entrar en el aposento, siguiendo el consejo de Helmichis, al asesino Peredeo. Alboino, despertándose súbitamente, comprendió el peligro, y queriendo asir su espada no pudo desatarla. Entonces echó mano de un taburete, con el cual se defendió, pero sólo corto tiempo, porque aquel hombre valeroso y arrojado nada pudo contra su enemigo y sucumbió miserablemente.
El que tantos enemigos había vencido y que tanta gloria había adquirido, pereció por la falacia de una mujer. Su cadáver fue sepultado, entre las lamentaciones y lágrimas de los longobardos, debajo de una escalera que conduce al palacio. Alboino fue de gran estatura y su cuerpo estaba conformado para el combate. En nuestro tiempo ha hecho abrir su tumba Gisilberto, el anterior duque de Verona, y con su vanidad usual ha sacado del sepulcro la espada y dos adornos que encontró en él, diciendo a la gente ignorante que había visto a Alboino.»
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