Cynewulf - El sueño de la cruz y el Hávamál

SUEÑO O VISION DE LA CRUZ

A Cynewulf, que firmaba sus composiciones con letras rúnicas intercaladas de curioso modo en el texto, ha sido atribuida, sin mayor certidumbre, la Visión o sueño de la Cruz. Los versos iniciales están grabados en la famosa cruz de Ruthwell, en Escocia. El poeta, en la silenciosa medianoche, ve en el cielo la cruz, adornada de vestiduras, recubierta de oro y de joyas, y luego manchada de sangre y luego recubierta otra vez de joyas. Finalmente, «el más claro de los árboles» habla y cuenta su historia, como hablará, siglos después, la puerta del infierno en el poema dantesco. La cruz, como quien se pone a juntar memorias lejanas, refiere la Pasión del Señor. «Esto ocurrió hace muchos años; todavía lo recuerdo. Me desarraigaron en el lindero del bosque; ahí se apoderaron de mí fuertes enemigos.» Cuenta que la erigieron en el Gólgota y pide perdón por no haber caído sobre los enemigos del Señor; Dios lo prohibía. Hasta ese momento el poeta ha usado las palabras árbol, árbol de la victoria, horca, patíbulo, pero cuando la cruz se siente abrazada por «el joven guerrero, que era Dios Todopoderoso», oímos por primera vez la palabra cruz: «Cruz fui erigida.» La cruz comparte la Pasión de Jesús; siente el dolor de los oscuros clavos y la sangre del Hombre en su madera. Como en los versos de San Juan de la Cruz, hay algo místico y erótico en este extraordinario poema; la Cruz es de algún modo la esposa de Cristo y tiembla cuando siente su abrazo. Llegan luego los apóstoles, que están descritos como guerreros, «tristes en el atardecer».
La tradición de la poesía germánica era fundamentalmente épica; la originalidad del desconocido que compuso la Visión de la Cruz es el empleo de esa tradición para el momento más dramático y alto de la fe cristiana. Anotemos también la curiosa idea de que sea la cruz la que refiere la Pasión de Jesús.
En la Edad Media, era tradicional equiparar la cruz con un árbol; la cruz era el árbol en que Jesús, el segundo Adán, salvó a la especie humana, en contraposición al Arbol del Bien y del Mal, que fue instrumento de su pérdida.

Fuente: Breve antología anglosajona- Jorge Luis Borges


FUENTE

¡Atended! Contaré el más preciado de los sueños que tuve en la medianoche cuando los hombres mortales estaban hundidos en el descanso. Me pareció ver un Árbol maravilloso alzarse en el aire, la más lustrosa de las cruces rodeada de luz. Brillantemente ese estandarte estaba dorado con oro; joyas lo adornaban hermosas al pie, cinco en los brazos, fulgiendo en esplendor. Por toda la creación los ángeles de Dios la contemplaban reluciente, ¡no una cruz ignominiosa! Espíritus santos miraban su resplandor, los hombres sobre la tierra y toda esta gran creación.

Maravilloso aquel Árbol, aquel Signo de triunfo, ¡y yo trasgresor manchado con mis pecados! Miré a la Cruz aparejada en gloria, brillando en belleza y dorada con oro. La Cruz del Salvador cubierta de gemas. Pero a través de la orfebrería lucía más una señal del antiguo mal de hombres pecadores donde la Cruz en su costado derecho una vez sudó sangre. Entristecido y apenado, acongojado por el terror de la maravillosa Visión, vi a la Cruz cambiando rápidamente vestimenta y aspecto, ora mojada y manchada con la Sangre manando, ora hermosamente enjoyada con oro y gemas.

Luego, mientras estaba tumbado, largo rato miré con compasión y tristeza el Árbol de mi Salvador, hasta que oí en sueños cómo la Cruz me hablaba, de todos los maderos el más digno, diciendo estas palabras:

«Hace muchos años (bien, sin embargo, lo recuerdo) me talaron al borde del bosque, me cortaron el tronco; fuertes enemigos me cogieron, para un espectáculo me labraron, patíbulo para bribones. Sobre los hombros me llevaron a la cima, me afianzaron firmemente, ¡un ejército de enemigos!

«Luego vi al Rey de toda la humanidad con valeroso ánimo apresurarse a subírseme encima. Rehusar no osé, ni doblarme ni romperme, aunque sentí los confines de la tierra temblar de miedo; a todos los enemigos podría talar, aún así me mantuve firme.

«Luego el joven Guerrero, Dios, el Todopoderoso, se quitó las vestiduras, resuelto y fuerte; con señorial coraje a la vista de muchos se subió a la Cruz para redimir a la humanidad. Cuando el Héroe me agarró temblé de terror, pero no me atreví a doblarme ni a torcerme hacia la tierra; debía necesariamente permanecer firme. Alzado como la Cruz mantuve al Alto Rey, Señor de los cielos. ¡No osé doblarme! Con negros clavos me atravesaron, esos pecadores me punzaron; las marcas son claras, las heridas abiertas. No osé herir a ninguno. Se mofaban de los dos. Estaba mojada con la sangre del costado del Héroe cuando exhaló el espíritu.

«Muchos tormentos sufrí en esa ladera viendo al Señor en agonía extendido. Negras tinieblas cubrieron con nubes el cuerpo de Dios, ese esplendor radiante. La sombra avanzó oscura bajo el cielo; toda la creación lloró lamentando la muerte del Rey. Cristo estaba en la Cruz.

«Luego muchos llegaron rápidamente, venidos de lejos, apresurándose hacia el Príncipe. Lo contemplé todo. Amargamente afectado por la pena con docilidad me agaché a las manos de los hombres. Del grave y amargo dolor levantaron a Dios Todopoderoso. Esos guerreros me dejaron cubierto de sangre; tenía heridas de lanzas. Con los miembros cansados lo soltaron en el suelo; estaban ante su cabeza, miraban al Señor de los cielos tendido descansando de la amarga ordalía totalmente exhausto. A la vista del verdugo le hicieron un sepulcro excavado en la brillante piedra; en él dejaron al Señor del triunfo. Al anochecer tristemente cantaron las endechas y fatigadamente se alejaron del Príncipe señorial; allí se quedó quieto y solo.

«Allí de pie mucho tiempo estuvimos afligidamente llorando después de que el lamento de los hombres se hubiera consumido. El cuerpo se enfrió, la hermosa morada de vida. A tierra los hombres nos hacharon y talaron, ¡severo destino! Cavaron una fosa y nos enterraron hondo. Pero allí los amigos y seguidores de Dios me hallaron y me adornaron con tesoro de plata y oro. [...]»

Hávamál (los dichos de Har)

V

(Historia de las runas de Odín)

Sé que colgué del árbol azotado por el viento

nueve noches enteras,

herido por la lanza, entregado a Odín,

yo mismo a mí mismo,

de aquel árbol del que nadie sabe

el origen de sus raíces.

Pan no me dieron ni cuerno de bebida,

hacia bajo miré;

cogí las runas, gritando las tomé,

y entonces caí.

Nueve cantos supremos me enseñó el bello hijo

de Bölthur, padre de Bestla,

y un trago bebí del precioso hidromiel

derramado en Ódrerir.

Empecé así a germinar y a ser sabio

y a crecer y a sentirme bien;

una palabra dio otra, la palabra me llevaba,

un acto dio otro, el acto me llevaba.

Runas descubrirás e interpretarás los signos,

signos muy grandes,

signos muy potentes

que tiñó el thul supremo

e hicieron los dioses

y grabó el creador de los dioses.

Odín entre los Aesir y entre los Elfos Dáin,

Dvalin entre los gnomos,

Asvid entre los trolls,

yo mismo grabé las runas.

¿Sabes cómo grabarlas? ¿sabes cómo interpretarlas?

¿sabes cómo teñirlas? ¿sabes cómo probarlas?

¿sabes cómo pedir? ¿sabes cómo sacrificar?

¿sabes cómo ofrecer? ¿sabes cómo inmolar?

Mejor no preguntar que en exceso preguntar,

siempre haya pago para el don;

mejor no ofrecer que en exceso ofrecer.

Así grabó Thund antes de surgir los pueblos;

luego se levantó cuando regresó.


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