El tercer pecado de Starcatherus (VIII,vi, 1-4) y la muerte (VIII,viii) Saxo Gramatico


2- Pero Olo, abandonándose a sus instintos crueles, fue un rey tan desordenado que a todos quienes enrojecieron de obedecer a una mujer les dio ocasión de arrepentirse de a haberla despreciado. Doce nobles, conmovidos por las desventuras de su patria, u hostiles a Olo desde mucho atrás por otra razón, decidieron preparar un atentado contra su vida. Entre ellos estaban Lennius, Atylo, Thoccus y Withnus quienes, aunque disfrutasen de un gobierno entre los esclavos, no por eso dejaban de pertenecer por origen a los daneses.

3- Pero confiando poco en sus fuerzas y talento para ejecutar el crimen, se aseguraron, dinero de por medio, la ayuda de Starcatherus (ceterum ad peragendum facinus parum uiribus atque ingenio freti pecunia Starcatherus asciscunt). Éste se comprometió a arreglar el asunto con la espada y, aceptando tan sangriento servicio, decidió asaltar al rey en su baño. Mientras el rey se lavaba, entró, pero en el acto la mirada penetrante, el centelleo de aquellos ojos agitados por perpetuo movimiento, lo taladraron y, con los miembros entorpecidos por un secreto temor, se detuvo, volvió sobre sus pasos, y renunció al proyecto que armaba su mano: él , que había hecho trizas las armas de tantos jefes, de tantos campeones, no pudo sostener la mirada de un hombre solo y desarmado. Entonces Olo, que conocía el poder de sus ojos, cubriéndose el rostro lo invitó a acercarse y a exponer lo que tuviera que decirle: lo prolongado de sus relaciones, la experiencia de una larga intimidad no le permitían sospechar una traición. Pero el otro desenvainó el puñal, saltó, se lo clavó al rey y, como éste intentara levantarse, lo degolló. El precio pagado fue ciento veinte libras de oro ( at ille, destricto mucrone prosiliens, transuerberat regem nitentisque assurgere iugulum ferit. Centum et uiginti auri librae in praemio reponebantur).

4- Pronto le calaron los remordimientos y la vergüenza y lamentó tan amargamente la fechoría que cometiera, que no podía contener las lágrimas si venía la cosa a cuento: tanto, recuperada la conciencia, lo sonrojaba el horror de su falta. Además, para vengar el crimen cometido por él, mató a varios de quienes lo instigaran y aseguró él mismo el castigo del acto al cual prestara su mano. Cumplidos así los tres facinora con que Othinus cargó el don de las tres vidas, Starcatherus no tiene más que desaparecer, y lo hace después de buscar largamente su muerte, en una escena dramática. Decide consagrar los ciento veinte libras de su traición a adquirir para sí mismo un homicida y se ofrece, sucumbe al fin al golpe de un joven puro, no sin haber prodigado aún más lecciones.


Fuente:
El destino del guerrero- George Dúmezil
traducción de Juan Almela-
Siglo XXI editores



Publicar un comentario

0 Comentarios