El segundo pecado de Starcatherus -(VIII,V) Saxo Gramatico


continuación...

Luego se libró una batalla en Seelandia, entre Sywaldus y Regnaldus, acompañados cada uno de tropas escogidas por su valor a toda prueba. En esta batalla después de tres días enteros de homicidios recíprocos, y como el valor de ambos ejércitos dejase la victoria incierta, Otharus (un guerrero de Sywaldus), ya fuera para concluir una lucha demasiado larga, ya fuera arrastrado por la ambición de la gloria, se abalanza a lo más tupido del enemigo, sin importarle nada la muerte, degüella a Regnaldus en medio de sus más valientes soldados y da de pronto la victoria a los daneses. Este encuentro fue notable por la cobardía de los más grandes nobles. El conjunto del ejército, en efecto, fue presa de tal espanto que los cuarenta más valientes de los suecos, se dice, volvieron la espalda y escaparon. El más ilustre de ellos, Starcatherus, que de ordinario no hacían flaquear ni la gravedad de ningún acontecimiento ni la magnitud de ningún peligro, víctima de no sé qué pánico, prefirió seguir la huida de sus compañeros que condenarla. Quisiera creer que fue el poder divino el que puso en él aquel terror, para recordarle que su valentía no estaba por encima de la bravura común de la humanidad, pues los más bellos dones, entre los mortales, no alcanzan jamás la perfección (
insigne hoc praelium maximorum procerum ignauia fuit: adeo siquidem rei summa perhorruit, ut fortissimi Sueonum quadraginta terga fugae dedisse dicantur. Quorum praecipuus Starcatherus, nulla saeuitia rerum aut periculorum magnitudine quati soliltus, nescio qua nunc obrepente formidine, sociorum fugam sequi quam spernere praeoptauit. Crediderim hunc metum ei diuinis uiribus iniectum, ne supra humanam fortitudinrm uirtute sibi praeditus uideretur. Adeo nihil perfecti mortalium felicitas habere consueuit).


Esta cobardía, la primera en una larga carrera, es también la última y no parece haber echado a perder la reputación de Starcatherus ni disminuido la "demanda" de sus servicios. Al final del séptimo libro, entra en la familiaridad de Olo Vegetus, príncipe dotado de mirada tan penetrante que le basta para conseguir lo que otros obtienen por la espada: "clavando en ellos la punta de aquella mirada, aterraba a los más valientes" (xi, 1). En el octavo libro, Olo es hecho rey de Dinamarca por una conjuración: los seelandeses no podían soportar ser gobernados por una mujer, la reina Hetha.


Fuente:
El destino del guerrero- George Dúmezil
traducción de Juan Almela-
Siglo XXI editores

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