El Kalevala - cap IV

IV
WAINAMOINEN EN POHJOLA


El viejo, el impasible Wainamoinen, flotó como una rama de abeto durante seis días, durante siete noches de estío, a través del vasto abismo. Delante de él se extiende el húmedo mar; sobre su cabeza fulge el cielo. Y todavía flota dos noches más, dos de los más lar¬gos días. Al fin, al octavo día, tras la noche novena, se sintió fatigado y débil, porque ya no tenía uñas en los pies ni piel sobre los dedos. Entonces el viejo Wainamoinen dijo: "¡Ay, pobre y desdichado de mí; ay, miserable! Heme aquí, lejos de mi país, despojado de mi antigua mansión, para pasar el resto de mis días bajo la bóveda celeste, arras¬trarlo por el espacio sin límites, sobre este mar sin orillas. Frías están para mí las crestas de las olas; doloroso es verse suspendido eternamente a lomos del oleaje". De pronto, de las colinas de Laponia, de las regiones del nordeste, un águila tendió el vuelo. Con un ala roza el mar, con la otra barre el cielo; su cola se des¬liza sobre las ondas, su pico rasa las islas.

Y vio a Wainamoinen errante sobre la superficie azul del mar. "¿Qué haces en el agua, oh héroe, qué haces en me¬dio de las olas?". El viejo, el impasible Wainamoinen, respondió: "Me encuentro así en el agua, errante sobre las olas, por haber ido en pos de la doncella de Pohjola. Rápida¬mente bordeaba el mar de fundidos hielos, cuando de pronto mi caballo fue alcanzado por una flecha lanzada contra mí. Entonces rodé al mar, caí en medio del agua, para ser aquí mecido, empujado por el viento". El águila, el ave del aire, dijo: "Cesa de gemir, oh Wainamoinen; monta a mis lomos, entre mis alas; yo te sacaré del agua y te conduciré a donde te plazca. No olvido yo aquellos hermosos días, cuando tú tala¬bas los bosques de Kálevala. Sólo al abedul dejaste en pie para reposo de las aves, para que yo misma encontrase en él mi refugio". Y el águila condujo a Wainamoinen por el aire, por los caminos del viento, por las anchas rutas de la tempestad, hacia las lejanas fronteras de Pohjola. Allí lo dejó caer, y nuevamente remontó su vuelo hacia las nubes. El viejo Wainamoinen rompió a llorar, a sollozar ruidosamente sobre la nueva ribera, sobre aquel pro¬montorio desconocido. Cien heridas se abrían en su costado, mil veces la tempestad le había golpeado. Su barba estaba erizada, sus cabellos en desorden. Dos noches lloró; tres noches lloró, y otros tantos días. Y extranjero en aquellas tierras, no sabía qué camino tomar para volver a su antigua casa, para re¬gresar al lugar de su nacimiento. La joven sirvienta de Pohjola, la rubia doncella, ha¬bía hecho un pacto con el sol y la luna. Habían con¬venido levantarse siempre juntos, despertarse siempre al mismo tiempo. Un día, sin embargo, se adelantó al sol y la luna. Recogió la basura en un recipiente de cobre, y fue a llevarla al campo más apartado de su techumbre. Allí escuchó unos sollozos que venían del lado del mar, gemidos que llegaban de la otra orilla del río. Se apresuró a regresar a su casa y dijo: "He oído unos sollozos que venían del lado del mar, de la otra orilla del río". Madre Louhi, el ama de casa de Pohjola, la anciana sin dientes, salió apresuradamente al corral, y se puso a escuchar. Después dijo: "Ese llanto no es el de un niño, esos gemidos no son de mujer. Es el llanto de un héroe viril; son gemidos de un mentón erizado de barba". Y botando al agua su barca, se dirigió a fuerza de remos, hacia el viejo Wainamoinen, hacia el héroe abru¬mado de dolor. El viejo Wainamoinen lloraba en medio de un marjal inculto, de un intrincado bosque. Madre Louhi, el ama de casa de Pohjola, le dijo: "¿Puedo preguntarte qué clase de hombre eres, oh héroe, y de dónde has venido?". El viejo, el impasible Wainamoinen, respondió: "Fa¬moso he sido y celebrado antaño, en las veladas, como el hombre de la alegría, el cantor de los valles, en los bosques de Wainola, en las landas de Kálevala. Aho¬ra, ¿qué va a ser de mí, desdichado? Apenas lo sé yo mismo". Madre Louhi, el ama de casa de Pohjola, dijo: "Sal de ese cenagal, oh héroe, y dinos tu desdicha; ven a contarnos las aventuras de tu vida". Y hurtándole a su llanto, a sus desesperados sollo¬zos, lo hizo sentar en su barca. Después, sentándose a su vez en el banco remero, se dirigió a Pohjola, e introdujo en su casa al extranjero. Allí calmó su hambre, enjugó sus ropas empapadas; le preparó un baño, lavó y friccionó sus miembros de¬volviéndole sus fuerzas; y le dijo: "¿Por qué lloras tú, Wainamoinen, en este sórdido retiro, a la orilla del mar?" El viejo, el impasible Wainamoinen, dijo: "Razón me sobra para llorar y gemir, porque he sido arras¬trado lejos de mi patria, de mi país bien amado, a estas desconocidas regiones, a este extranjero suelo". Madre Louhi, dijo: "Y bien: ¿qué me das si te de¬vuelvo a tu país, a la puerta misma de tus campos, junto a tu pabellón de baños?". El viejo Wainamoinen, respondió: "¿Qué pides por devolverme a mi casa, a oír de nuevo la voz del cucli¬llo, el canto de mi pájaro precioso? ¿Quieres un casco lleno de oro? ¿mi gorra llena de plata?" Madre Louhi, el ama de casa, dijo: "Oh sabio Waina¬moinen, oh runoya inmortal: yo no quiero ni tu oro ni tu plata. Bueno es el oro para jugar los niños, y la plata para sonoro adorno del caballo. ¿Puedes forjarme un Sampo , un Sampo de brillantes aspas? ¿Serías tú capaz de forjarlo con un plumón de cisne, leche de una vaca estéril, un grano de cebada y un copo de lana de una oveja preñada? En premio de tu trabajo yo te daré una doncella, una hermosa virgen, y te vol¬veré a tu país donde el pájaro canta, donde el cuco deja oír su voz". El viejo, el impasible Wainamoinen, dijo: "Yo no sabría forjarte un Sampo, un Sampo de brillantes as¬pas. Pero llévame a mi país, y desde allí te enviaré al herrero Ilmarinen; él te forjará ese Sampo, él ta¬chonará su rueda. Y él enamorará a la doncella y será su alegría. Ilmarinen es un herrero maravilloso, un hábil forjador. Él es quien ha fraguado la bóveda ce¬leste, quien ha martillado la techumbre del aire, sin que los martillazos se noten ni la mordedura de las tenazas". Madre Louhi, el ama, dijo: "Prometo entregar mi hija, mi hermosa hija, a aquel que me forje el Sampo de brillantes aspas, con un plumón de cisne, con la leche de una vaca estéril, con un grano de cebada y un copo de lana de una oveja preñada". Y enganchó al trineo su caballo, su caballo de color de sangre; hizo sentar a Wainamoinen, y le dijo: "No levantes la cabeza pase lo que pase, ni te atrevas a incorporarte, a menos que el caballo se detenga fati¬gado o que la noche te sorprenda. Si levantas la ca¬beza, si yergues el cuerpo, te traerá desgracia: un día fatal pesará sobre ti". Después el viejo Wainamoinen lanzó al galope el caballo de las blancas crines, y se alejó con estrépito de la sombría Pohjola.

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