El Kalevala - cap V

V LAS PRUEBAS DE AMOR. LA HERIDA

¡Hermosa era en verdad, la virgen de Pohjola! Era la gloria de la tierra, la gala de las ondas. Estaba sen¬tada en la cúpula del aire, acodada en el arco-iris, res¬plandeciente en sus blancas vestiduras. Tejía un tisú de oro, con su lanzadera de oro; un tisú de plata, en su telar de plata.
El viejo, el impasible Wainamoinen, se alejaba de la sombría Pohjola. Apenas había andado una parte del camino, cuando sintió la lanzadera zumbar sobre su cabeza. Levantó los ojos hacia el cielo y divisó un hermoso arco tendido sobre la cúpula del aire; y so¬bre el arco, una doncella que tejía su tisú de oro, su tisú de plata.
El viejo, el impasible Wainamoinen, frenó de golpe su caballo, tomó la palabra, y dijo: "¡Ven a mi trineo, oh doncella! ¡Desciende, oh doncella, a mi hermoso trineo!".
La doncella dijo: "¿Para qué quieres tenerme en tu trineo, en tu hermoso trineo?".
El viejo, el impasible Wainamoinen respondió: "Quie¬ro llevarte en mi trineo para que me amases las tortas de miel, para que prepares mi cerveza, para que can¬tes en los escaños de mi casa y seas la admiración de cuantos te vean asomada a mi ventana".
La doncella dijo: "Ayer tarde, cuando corría con ági¬les pies sobre la llanura de oro, un zorzal cantaba en¬tre el follaje. Cantaba el alma de las mozas, el alma de las doncellas. Y yo pregunté al pájaro: Dime, zorzal, ¿quién es más dichosa, quién más envidiable: la donce¬lla, que permanece en casa de su padre, o la casada, que vive bajo el techo del esposo?
"Y el zorzal me respondió: Luminoso es el día de estío, pero más luminosa aún la suerte de la doncella; el hierro enterrado en el hielo es frío, pero más fría es aún la suerte de la casada. La doncella vive en ca¬sa de su padre como la semilla en una tierra fecunda; la casada vive bajo el techo del esposo como el perro entre cadenas. Raramente el esclavo goza las dulzuras del amor; la casada, jamás".
El viejo, el impasible Wainamoinen, dijo: "El canto del zorzal carece de sentido. Ven, oh doncella, a mi trineo, a mi hermoso trineo. No soy yo un hombre cualquiera, ni un héroe que valga menos que los otros".
La muchacha respondió maliciosamente: "Te lla¬maría yo hombre y te tendría por héroe, si eres capaz de partir a lo largo una crin de caballo con un cuchi¬llo sin punta; si haces con un huevo un nudo invi¬sible" .
El viejo, el impasible Wainamoinen, partió a lo largo una crin de caballo con un cuchillo sin punta e hizo con el huevo un nudo invisible. Después pidió nueva¬mente a la doncella que descendiese a su trineo.
La doncella le dijo maliciosamente: "Quizá aceptara ir contigo si sacas de la superficie de una piedra cor¬tezas de abedul; si tallas una afilada estaca en el hielo sin que salten esquirlas, sin que ninguna de las hela¬das astillas caiga al suelo".
El viejo, el impasible Wainamoinen, no se apuró por eso. Sacó de la superficie de la piedra la corteza de abe¬dul y talló en el hielo una afilada estaca sin que nin¬guna esquirla saltase, sin que ninguna de las heladas astillas cayese al suelo. Después volvió a llamar a la doncella a su trineo.
La doncella le respondió maliciosamente: "Sólo des¬cenderé hacia aquel que sea capaz de construir un bar¬co con las astillas de mi huso, con los trozos de mi lanzadera, y lo bote al agua sin empujarlo con la ro¬dilla, sin tocarlo con las manos, sin sacudirlo con el brazo, sin dirigirlo con el hombro".
El viejo, el impasible Wainamoinen dijo: "A buen seguro no habrá en la tierra ni en toda la extensión del mundo, ningún constructor de navíos que pueda rivalizar conmigo".
Y tomando las astillas del huso y los trozos de la lanzadera, se puso a construir el navío de mil planchas, sobre una roca de acero, sobre una losa de hierro.
Martillaba con una soberbia confianza en sí mismo, con un agresivo orgullo. Martilló un día, martilló dos días, y martilló casi tres días, sin que el hacha tocase la losa, sin que la cresta de acero tropezase contra la roca. Pero a la tarde del tercer día, la cresta de acero dio contra la roca, el hacha dio contra la losa, y resba¬ló, y fue a desgarrar la rodilla del héroe y el dedo del pie. Y la sangre corrió, saltó en hirviente chorro.
El viejo, el impasible Wainamoinen, el runoya eter¬no, tomó la palabra y dijo: "¡Oh hacha, o media luna de acero: has creído morder leña, has creído labrar el abeto, tajar el pino, hendir el abedul, y has desga¬rrado mi carne, te has precipitado a través de mis venas!".
Y comenzó a salmodiar sus sortilegios, a cantar las palabras originarias y fundamentales, las runas de la ciencia. Pero no logró acordarse de las más profundas, de las palabras reveladoras del hierro; las únicas ca¬paces de cicatrizar la llaga en carne viva, de curar la herida del azulado acero.
Entonces el héroe fue presa de atroces dolores. Llo¬ró amargamente; después enganchó el caballo al tri¬neo, y se puso nuevamente en marcha.
Tomó el primer camino, se detuvo ante la casa más cercana y gritó a través de la puerta: "¿Hay alguien en esta casa capaz de explorar la obra del hierro, opo¬ner un dique al río que desborda, al oleaje de sangre que se despeña?".
Un anciano de barba gris, tendido en el escaño de la chimenea, le respondió con ronca voz: "Ríos mayores se han encadenado, torrentes más fieros se han doma¬do, con las tres palabras del Creador, con el misterioso poder de las palabras originales. Los ríos han sido detenidos en su desembocadura, los arroyos de las cié¬nagas en su manantial, las cataratas en medio de su torbellino; han sido colgados los golfos entre las pun¬tas de los promontorios, y los istmos han sido con¬fundidos con los istmos" .

El viejo, el impasible Wainamoinen, descendió solo de su trineo, sin apoyo de nadie, y penetró bajo el techo del anciano.
Se le trajo un recipiente de plata, un recipiente de oro; pero entre los dos no pudieron contener la san¬gre que desbordaba de la herida de Wainamoinen, la sangre hirviente del noble héroe.
El anciano clamó desde la chimenea con ronca voz: "¿Qué hombre eres tú, pues, entre los hombres, qué héroe entre los héroes? Ya siete toneles, ya ocho gran¬des cubas están llenas de tu sangre, oh desdichado, y todavía desborda sobre el piso. Mis palabras no bastan, necesitaría otras; pero yo no conozco el origen del hie¬rro, no sé cómo ha sido formado el miserable metal" .
El viejo Wainamoinen dijo: "Yo conozco el origen del hierro, yo creo saber la procedencia del acero.
"El aire es el más antiguo de los elementos; des¬pués vino el agua, después el fuego, y finalmente el hierro.
"Ukko, el creador altísimo, el arbitro supremo del tiempo, separó el aire del agua, y del agua sacó la tie¬rra. Pero el hierro no había aparecido aún.
"Ukko, el glorioso Jumala, frotó con sus manos su rodilla izquierda. Y de ese frotamiento nacieron tres vírgenes, tres hijas de la naturaleza. Ésas eran las madres que debían concebir el hierro, dar a luz el azulado metal.
"Las tres doncellas marchaban cadenciosamente por las orillas de una nube. Sus pechos estaban hinchados, dolorido el botón de los senos; y derramaron su leche sobre la tierra, inundando las llanuras y los marjales, mezclándola a las límpidas ondas.
"La mayor de las vírgenes vertió una leche negra, la segunda una leche blanca, la tercera una leche roja.
"La que vertió la leche negra hizo nacer el flexible fuego; la que vertió la leche blanca hizo nacer el acero; la que vertió la leche roja hizo nacer el hierro ten¬so y duro.
"Poco tiempo después, el hierro quiso hacer una visita al más viejo de sus hermanos, quiso trabar amistad con el fuego. Pero el fuego se entregó a un insensato furor, levantándose en espantosas llamas y amenazando de¬vorar al hierro, al pobre hierro, su hermano.
"Pero el hierro logró escapar a su terrible abrazo, a sus exasperadas fauces, y fue a ocultarse en el fondo de un rumoroso manantial, en las entrañas de una profunda ciénaga; y en la cima de una roca salvaje, donde los cisnes depositan sus huevos, donde la oca empolla sus polluelos.
"Y así permaneció, en el húmedo fango del pantano, oculto entre los troncos de dos arbustos, entre las raíces de tres álamos blancos, durante un año, durante dos años, durante casi tres años. Pero, a pesar de to¬do, no consiguió escapar al inexorable abrazo del fuego. Y hubo de retornar a su solar, para ser convertido allí en arma de combate, en temible cuchilla."
El anciano exclamó con ronca voz, desde la chimenea: "Ahora conozco el origen del hierro, las mañas del acero. ¡Maldición sobre ti, lamentable hierro, po¬bre y vil escoria! ¡maldición sobre ti, fatal acero, que sólo has venido al mundo a desplegar entre nosotros tu violencia y tu maldad!
"¡Ven a contemplar lo que has hecho, ven a borrar las huellas de tu crimen!
"¡Y tú, cesa de manar, oh sangre! ¡cesa, oh caliente sangre, de borbotar sobre mí, inundándome el pecho!
"¡Oh Ukko, creador altísimo, oh celeste Jumala! ¡acu¬de a mis súplicas, socórrenos! Cierra con tu pesada mano, con tus anchos pulgares, este tremendo desga¬rrón, esta llaga en carne viva. ¡Tapa con un lirio de oro este río de sangre, tápalo con una hoja de nenúfar, para que cese de chorrear sobre mis barbas, empa¬pando mis vestidos!"
Y el anciano tapó con sus manos la sangrienta hen¬didura, encadenó el rojo torrente. Después envió a su hijo a la fragua a preparar un bálsamo; un bálsamo hecho de simiente de yerba, del tallo de mil plantas saturadas de miel.
El hijo del anciano probó el bálsamo en las hendi¬duras de las piedras, en las grietas de las rocas. Las hendiduras se cerraron, las grietas fueron colmadas. Entonces llevó a su padre el bálsamo así preparado.
"He aquí el remedio seguro, el remedio infalible; con él puedes soldar las piedras y ensamblar las rocas."
El anciano probó el bálsamo con su lengua, con su boca sin dientes; y lo encontró bueno.
Y frotó el cuerpo de Wainamoinen, ungió su llaga en todos sentidos, y dijo: "No te toco con mi propia car¬ne sino con la carne del Creador; no te curo con mis propias fuerzas, sino con las fuerzas del Todopoderoso".
Cuando el bálsamo fue extendido sobre la herida, Wainamoinen fue presa del vértigo; se tambaleó co¬mo un hombre ebrio, a punto de desplomarse.
El anciano trató de conjurar el dolor. Después pre¬paró un lienzo de seda, lo cortó en tiras haciendo un vendaje para fijar el ungüento en la rodilla del héroe, en el pie de Wainamoinen.
De repente el viejo Wainamoinen se sintió milagro¬samente aliviado, y pronto su curación fue completa. Su herida se cerró, su carne cobró más vigor y belleza que nunca; su pie recobró la fuerza, su rodilla la fle¬xibilidad; y no volvió a experimentar ningún dolor.
Entonces elevó al cielo su mirada majestuosa, y dijo: "Las gracias y el socorro bienhechor siempre vienen del alto cielo, del Creador todopoderoso. ¡Bendito seas, oh Jumala! ¡glorificado seas, oh dios único, tú que tan eficazmente me has protegido en medio de mi angustia, de los dolores causados por la mordedura del hierro!"
Y el viejo Wainamoinen añadió aún: "¡Oh raza del porvenir, raza que eternamente te renuevas en el seno de las edades! ¡guárdate de construir un navío con el corazón lleno de orgullo! ¡guárdate de mostrar una excesiva confianza, ni aun cuando hayas de labrar uno solo de sus costados! ¡Sólo a Jumala, sólo al Creador le es dado terminar toda obra, dar la última mano a un proyecto, y no a la destreza del héroe , a la pujanza del fuerte!"

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