BEOWULF -

PARTE 1

LA SUCESIÓN MONÁRQUICA SCYLDING

Mucho antes de los tristes episodios relatados, el feudo de los scyldinga era regido por Grain, amado por las gentes de su pueblo, sobre quienes reinó durante largo tiempo, luego que su padre, ya anciano, partiera hacia su destino final. Hasta que a su debido tiempo, la vida del rey se vio iluminada por su altivo pero arrojado hijo Healfdane, feroz en la batalla, quien lo sucedió en su reinado sobre los scyldinga, el cual se extendió tanto tiempo como duró su vida, manteniendo al pueblo satisfecho con su sabiduría y su firmeza de carácter. Este, a su vez, vio nacer a cuatro descendientes: Heorogar, Hrothgar, Halga, el poeta, y la hermosa Yrsse, quien, según he oído decir, luego compartiría su lecho nupcial con Onela, rey de los suecos.

DE COMO HROTHGAR SE TRANSFORMA EN REY DE LOS DANESES.

A pesar de la valentía y el denuedo de su hermano mayor Heorogar, fue a Hrothgar a quien los dioses eligieron para brindarle su apoyo en la batalla. Sus seguidores acataban ciegamente sus órdenes, y la joven cohorte de guerreros pronto se transformó en un nutrido batallón bien entrenado y disciplinado, hasta que surgió en el joven líder la idea de que el cuerpo debía disponer de un Salón propio donde reunirse en tiempos de bonanza, regido por el mismo Hrothgar. Un Mead Hall construido por sus propios concurrentes, tan grande y suntuoso como ojos humanos no hubieran contemplado jamás, para poder conmemorar en sus salones los recuerdos de las hazañas guerreras y compartir, tanto con los jóvenes como con los ancianos, todo lo que los dioses le habían brindado a él excepto las tierras y las vidas de sus seguidores.
Según ha llegado a mis oídos, ímprobo fue el trabajo encomendado a numerosas tribus, a lo largo y ancho de toda la Tierra Media para erigir y amueblar el suntuoso palacio que alojaría el Mead Hall de Hrothgar. Y así, bajo la atenta mirada del rey, el edificio creció a pasos agigantados; el más noble de los palacios jamás construidos, y aquel cuyas palabras tenían peso en todo el mundo lo denominó Heorot -el ciervo- debido a las decoraciones de la parte superior de sus ventanas, que asemejaban las astas de ese animal.

Y así fue creciendo el suntuoso palacio, esperando las oleadas de las furiosas llamaradas que en su momento lo acosarían. No estaba lejos el día en que la inevitable desconfianza se estableciera entre el suegro y el yerno, dando lugar luego a un pacto entre ambos.

Sin embargo, el templado espíritu soportó estoicamente los embates de aquellos que merodean en las sombras, y nuevamente volvió a oírse el tañido de las arpas y e dulce cantar de los bardos, aquellos que conocían el origen del hombre desde los tiempos más antiguos de que se tenga memoria y, más atrás aun, cuando el Todopoderoso creó la Tierra, los fértiles campos regados por los mansos arroyuelos y el Sol y la Luna para alumbrar a los seres mortales que Él mismo había creado y que respiraban y se movían sobre ella.


Aquellos fueron tiempos de bonanza, cuando los hombres del clan vivían felices y satisfechos, hasta que una criatura maligna comenzó a cometer atrocidades en el seno mismo del Salón. Grendl era el nombre de este aberrante y espantoso habitante de los páramos que rodeaban Heorot, tierras que el engendro asolaba desde que el Creador lo condenara con el estigma de Caín. Así, de su descendencia provienen los gigantes malignos, los ogros, los elfos y pérfidos trolls, contra los que el mismo Dios debió luchar incontables eones.


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