EL CICLO MÍTICO LONGOBARDO XI

Ortnit y Liebgart .

Alberich después se deslizó hacia el lado de la doncella, y le ordenó que se apresurara hacia la puerta posterior a la mañana temprano, si ella quería ver al rey. Como a Ortnit le había dicho que él la encontrara allí, fue hacia allá con las primeras luces del amanecer, y le expuso su causa tan elocuentemente que Sidrat se fugó con él a Lombardía. Allí ella se convirtió en su reina amada, fue bautizada en la fe cristiana, y recibió el nombre de Liebgart, como ella fue luego conocida.

Los huevos mágicos

La felicidad de Ortnit y Liebgart fue grande, pero la joven reina creía que su dicha no era del todo completa, hasta que un gigante y su esposa llegaron a la corte de su padre trayendo mensajes conciliadores, y una promesa que Machorell visitaría a su hija a comienzos de la primavera. También trajeron incontables y valiosos presentes, entre los que había dos huevos enormes, que los gigantes dijeron eran invaluables, ya que podrían incubarse anfibios mágicos con piedras imanes en sus frentes. Por supuesto la curiosidad de Liebgart estaba grandemente excitada por este regalo, y conociendo que la pareja de gigantes se ocupaba de la incubación de los huevos y la crianza de los anfibios si les proveían de un lugar adecuado para ellos, ella los envió a un barranco en la montaña cerca de Trient, donde el ambiente era caluroso y húmedo lo suficiente para la incubación correcta de los lagartos.

El tiempo transcurrió imperceptiblemente, y el gigante Ruotze incubó a los dragones o lind-worm de los enormes huevos .

Estos animales crecieron con alarmante rapidez, y pronto el gobernador de la provincia le avisó al rey que ya no podría proveerles comida suficiente a los monstruos, los que se habían convertido en el terror de los campos. Finalmente resultaron ser más de los debidos aun para los gigantes, quienes tuvieron que escapar. Cuando Ortnit se enteró de que las armas comunes no tenían efecto en estos dragones, se ciñó su armadura mágica y empuñó su espada Rosen. Luego le dio a Liebgart un tierno adiós, diciéndole a ella que si él no regresaba que ella no debía casarse con ningún hombre salvo aquel que trajera puesto su anillo, y salió a luchar para salvar a su gente de los hambrientos monstruos que él permitió desconsideradamente crecer en su reino.

Ortnit pronto despachó al gigante y a la giganta, quienes gustosamente habrían impedido su entrada al fatal barranco. Luego encontró al enano Alberich, y fue advertido sería víctima de los pestilentes dragones, que habían proliferado en gran cantidad un número de jóvenes, destinados, con el tiempo, a infestar toda Europa.

A pesar de estas advertencias, Ortnit declaró que él debía hacer lo mejor posible para el bien de su gente; Y habiéndole devuelto el anillo mágico a Alberich, continuó por su camino. Durante todo el día vanamente buscó a los monstruos en el bosque sin rastros, hasta que, sumido en cansancio al pie de un árbol, pronto se quedó dormido.

Leyendas de la Edad Media - Cap. V.- El ciclo mítico Longobardo - H.A. Guerber

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