Sobornando a Herlind, una de sus criadas, para servirle en secreto, Oda la envió para invitar a Rother a visitarla. La muchacha resolvió hábilmente esta comisión; Pero el monarca Langobardo, fingiendo exagerado respeto, declaró que él nunca se atrevería a presentarse ante su bella señora, para quien, sin embargo, envió muchos regalos sustanciosos, entre los cuáles había un zapato de oro y plata. Herlind regresó con su señora con los regalos; Pero cuando Oda con satisfacción se puso los zapatos, descubrió que ambos eran para el mismo pie. Ella luego fingió rencor del que ella estaba muy distante de sentir, y obligó a la criada mandar por el nuevo sirviente de su padre a aparecer ante ella sin demora, trayendo un zapato para su otro pie, a menos que él tuviese el deseo de conseguir su disgusto durante mucho tiempo. Muy contento con el resultado de su treta, la cuál había previsto, Rother entró inadvertido a los apartamentos de la princesa, le ofreció sus humildes disculpas, calzó un par de zapatos de oro en sus pies diminutos, y, aprovechándose de su posición cuando se arrodilló ante de ella, declaró su amor y rango, y se ganó de Oda una promesa solemne que ella sería su esposa.
Los amantes pasaron horas muy alegres juntos en íntima conversación, y antes de que Rother dejara el apartamento en el que estaba, le habló a la princesa preponderando usar su influencia a favor de sus súbditos prisioneros. Ella por consiguiente le dijo a su padre que su tranquilo descanso se había inquietado con sueños, en el cual las voces divinas anunciaban que ella debía sufrir toda clase de males a menos que los embajadores de Rother fueran sacados de prisión y hospitalariamente atendidos. Oda luego presionó a Constantino con una promesa que los hombres debían ser soltados ahora, y agasajar a sus invitados con comida al anochecer. Esta promesa fue debidamente cumplida, y los doce embajadores, liberados de sus cadenas, y renovados con calientes baños y prendas de vestir limpias, fueron suntuosamente agasajados en la mesa del emperador. Mientras estaban celebrando, Rother entró al vestíbulo, y, escondiéndose detrás del tapiz cerca de la puerta, tocó la melodía que habían oído el día de su partida. Los corazones de los cautivos saltaron de alegría cuándo oyeron estas notas, pues supieron que su rey estaba junto a ellos y pronto los dejaría libres.
LEYENDAS DE LA EDAD MEDIA POR H. A. GUERBER- CAPITULO V-EL CICLO LANGOBARDO DE MITOS.
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