II. DERIVACIONES LITERARIAS
1. La tragedia renacentista: Rucellai.—Precisamente hacia los mismos años en que Paulo Emilio daba la última versión de cronista de la leyenda de Rosamunda, su compatriota el elegante poeta italiano Giovanni Rucellai, utilizaba este argumento para escribir una de sus obras más celebradas.
Su tragedia Rosmunda[1] es una espléndida creación de carácter renacentista en que logró el autor una modernización de la preceptiva clásica de la tragedia, con grandes aciertos, mediante una técnica algo semejante, en muchos pasajes, a la típica del teatro simbólico contemporáneo.
La restauración de los coros a la manera clásica es uno de estos aciertos por la forma en que colaboran a la acción, subrayando emotivamente las situaciones más importantes de la tragedia.
Los personajes, quizá por su interpretación de tendencia simbolista, llegan a perder en ciertos momentos toda corporeidad teatral. Hay escenas enteras que conservarían íntegro su valor recitadas sencillamente entre bastidores. Y esta falta de movimiento dramático, con abundancia de monólogos, que en otro autor sería defecto patente, en Rucellai, por su personal interpretación trágica, viene a dar a la acción de su obra una plasticidad serena, sumamente atractiva.
Por otra parte, el valor renaciente de unir la razón y la emoción se delata en todo momento. Si los sonoros endecasílabos en que está escrita la tragedia no le dieran un empaque clásico, el sentido lírico y vagamente misterioso de su lenguaje no podría apartarnos de una visión dramática romantizante, en el sentido de constante estética y no temporal estilo, que, en realidad es lo romántico.
Rosamunda aparece, sin duda, idealizada como en ninguna obra, en este personaje de Rucellai que inspira más compasión que odio por su fatalidad. La barbarie de Alboino la arrastra a la venganza, no sólo por el ultraje que se le ha inferido a su dignidad, sino por el recuerdo de su padre asesinado, que expresa el autor con una delicadeza y una ternura que revelan su fina intuición psicológica.
Es gran lástima que el episodio principal de la tragedia, el impío brindis de Alboino, lo conozca el público a través del monólogo de una sierva, y el dramaturgo no haya apelado a otro recurso dramático menos sencillo y más hábil, como veremos en otros autores. Sin embargo, tan bellísimo es este trozo, que perdonándole al autor la pobreza de técnica, bien merece reproducirse aquí:
Albuin, preso quest' orrendo vaso,
L'empi di vino e sorridendo disse:
Comundo, i'pongo alie discordie nostre
Per tutto fine e fo con teco pace
In quest' allegro di bivendo insieme.
Cosi detto, le labbra al teschio pose
E bevve la piü parte di quel vino:
Dipoi, rivolto'nverso di Rosmunda,
La qual per non veder si orribil cosa
Volt'avea'ndierto la dolente faccia,
Ei disse: Ecco la testa di tuo Padre!
Vevi con essa e seco ti rallegra.
La missera condotta in questo loco
Piangendo rifuggía sí duro bere:
E quanto piü fuggía tanto piu forte
Instava con minacce alte e superbe:
Finalmente espugnata, ben tre volte
Con la tremante man volse pigliare
L'amara tazza, e tante volte abbasso
Vinte dalla pietá cascar le mani:
Al fine il Re la prese ed alia bocea
Di lei la pose, onde sforzata e vinta
D'indi bevéo piü lagrime che vino.»
Lo asombroso es que, a pesar de todo, en virtud del expresionismo poético de este monólogo, se perciba, con toda su potencia, el amargo dolor de Rosamunda, aterrorizada, que culmina en el estupendo verso final[2].
En cuanto a fidelidad a la leyenda, Ruceilai suprimió la figura innecesaria de Peredeo y reunió en Almachilde —Helmichis— al amante de Rosamunda y al matador de Alboino. En cambio creó, con acierto, un personaje nuevo: la nodriza de Rosamunda que utiliza para que sus comentarios comprensivos expliquen y realcen la acción de ésta a los ojos del público. Es una figura grata que se parece extraordinariamente a otras semejantes de Mauricio Maeterlinck, que tienden algo así como a simbolizar el reflejo —negativo o positivo— de los protagonistas:
Termina la interesante tragedia de Ruceilai —tragedia arquitectónica y simbolista, empapada en esencias del final del Renacimiento— con la muerte de Alboino, y deja, con fortuna, en suspenso, el resto de la leyenda que podría quitar fuerza dramática a lo anterior.
2. Dos interpretaciones histórico-literarias de la leyenda en el siglo XVI español: Mexía y Pineda.—Algo después que en Italia, y por nuestras relaciones continuas con aquel país, se difundió en España la leyenda de Rosamunda, pero a pesar de su llegada tardía se aclimató bien pronto y obtuvo igual o mayor popularidad que en su lugar de origen.
En los reinados de Carlos V y Felipe II respectivamente, aparecen dos relatos inspirados en la citada leyenda, que no incluí entre los textos puramente históricos porque aun cuando sean narrativos, se les dio, por sus autores, un valor crítico y literario que juntamente con su léxico y carácter, les aparta de las crónicas.
Es el primero un capítulo del amenísimo libro Silva de varia lección, compuesta por el magnífico caballero Pero Mexía y publicado en Sevilla, por Domingo de Robertis, en 1540.
En él «se contiene la historia de una gran crueldad, que usó Alboino, Rey de los Longobardos, con Rosimunda su mujer; y la extraña manera y maldad con que se vengó ella [y] del mal sucesso que ella y los que fueron con ella hubieron», título explicativo que recuerda los de aquellos pliegos «de cordel» de la época, con romances o relaciones.
Mexía, inspirándose en Pablo el Diácono[3], trata de la invasión lombarda de Italia y relata así el episodio de Rosamunda, cambiando el nombre de Helmichis en Elmige, y dando a la narración un matiz literario merced a una cierta valoración de los detalles psicológicos:
«Cuando los longobardos vinieron en Italia de Panonia, donde algunos años habían morado, venía por su rey y capitán Alboino varón de gran consejo y esfuerzo en las cosas de armas y guerras; el cual en una batalla que había habido antes que a Italia viniese, con Chunimundo rey de los Gírpidas, lo venció y mató en ella, e haciéndole cortar la cabeza, de su casco de ella hizo hacer una vasija, en que bebía por vanagloria de su victoria. Y habiendo habido captiva a Rosimunda su hija, y estando él a la sazón viudo, se casó con ella, e como a reina y a mujer legítima la llevó consigo yendo a conquistar a Italia en el año del Señor de ochocientos y sesenta y dos años. Y habiendo tomado muchas ciudades y al cabo de muy largo cerco a Pavía, donde después todos sus sucesores tuvieron su silla y cabeza de aquel reino de Lombardía llamada antes Galia Cisalpina.
Habiendo tres años y tres meses reinados, en un solemne convite que hizo en Verona, estando demasiado alegre, mandó que diesen a beber a su mujer en el vaso, que tengo dicho, que de la cabeça de su suegro y padre della había mandado hacer. Y dijóle que bebiese con su padre, y tomase placer con él.
Fué tan grande el dolor y afrenta que la mujer recibió de aquellas palabras, que cualquiera amor que le había ¿ornado, se convirtió en odio mortal. Y determinó de lo matar; y pospuso su honestidad y bondad, por lo efectuar y vengar la muerte de su padre. Cosa que por ventura tenía ya olvidada. Y luego requirió a uno llamado Elmige, hombre señalado, de quien ella se pudo confiar, que traía el estoque al rey; y comenzó a tratar con éí que matase al Rey haciéndole grandes partidos y promesas.
Elmige que debía ser mal hombre, oyó de voluntad a
[1] Rosmunda. Tragedia di messer Giovanni Rucellai, Patrizio Florentino; Ristampata con Notizie Letterarie ed Annotazioni di Giovanni Povoleri Vicentino, Alumno e Socio dell'Universitá di Padova. Londra. Moore, 1779. En los preliminares se dice que Rucellai publicó la tragedia alrededor de 1516.
[2] Creo curioso indicar, cómo Rubén Darío vio por su parte la belleza de este contraste —sin conocer tal vez la tragedia de Rucellai— en aquellos versos de su primera época que rae vienen a la memoria al leer éstos del poeta italiano:
«Y al aplaudirle la embriagada tropa,
se le rodó una lágrima de fuego,
que fue a caer al vaso cristalino.
Después tomó su copa,
y se bebió la lágrima y el vino.»
(Abrojos. XVII. Ed. Aguilar, pág. 564.)
[3] Aunque el mismo Mexía cita esta fuente, también pudo conocer la leyenda
a través de San Antonino, que se incluye asimismo en la lista de autores
consultados, inserta al fin de la obra.
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