La leyenda de Rosamund V (continuación)

Nótese que se dejan fijados todos los puntos concretos. El mismo autor jura por Cristo referir la verdad —¿de dónde?— y añade, para confirmarlo, algo más que peregrino. Dice que vio la famosa copa en manos de un príncipe del siglo VIH, fecha en que, si hemos de creerle, se conservaba aún. Y lo mismo en lo demás.

La acción se sitúa ya en Verona. Rosamunda —que es el nombre que aquí tiene la protagonista— se sirve de dos cómplices: Helmichis, que la aconseja en la elección del asesino, y Peredeo, que comete el crimen y viene a ser el amante de la reina. Por otra parte, la figura de Peredeo, le parece a Dahn[1], que es «mera invención de la leyenda» y cree que sólo fuera uno el cómplice y asesino: Helmichis. Lo justifica, entre otras cosas, el que Rosamunda se case luego con éste. No obstante, al fin de la leyenda interviene vagamente Alpsuinda, hija de Alboino, y el exarca Longino, segundo amante de Rosamunda, se presentan aquí por primera vez, al parecer.

Y téngase en cuenta todos los hechos que luego han de persistir de igual forma, salvo las alteraciones consiguientes: el banquete de Alboino y el brindis con la copa causante de tanta desdicha; el adulterio de Rosamunda y Peredeo —el doble de Helmichis—; el asesinato de Alboino, mientras duerme, con las circunstancias de atar Rosamunda su espada e introducir al asesino; el intento de Helmichis de apoderarse del reino y el propósito que tienen los Lombardos de matarle por este motivo; el auxilio pedido por Rosamunda al exarca Longino —figura que queda ya definitivamente creada—; la huida a Rávena con Alpsuinda y los tesoros de los Lombardos —aquí la adición de la compañía de Peredeo que acaba por fundirse con Helmichis en otras versiones—; el doble envenenamiento de Rosamunda y su segundo marido, sugerido por Longino y en la forma que se ha dicho[2]; y finalmente la marcha a Constantinopla

de Alpsuinda y Peredeo con los tesoros aludidos[3].

Lo que sí es de notar, como dato veraz, o como hábil detalle realista —aparte de hablar de visu de la famosa copa de Alboino —es la violación de la tumba del terrible rey de los Lombardos, realizada por Gisilberto, Duque de Verona, a quien conoció Pablo el Diácono y tenía en tan mal concepto.

Y ahora, después de analizados los episodios de la leyenda de Rosamunda en toda su extensión, cabría preguntar: ¿dónde termina la historia y comienza la leyenda?; ¿qué fondo rigurosamente histórico hay en este relato?

Nada verdaderamente satisfactorio podría contestarse. Hay cosas, aunque parezca paradójico, demasiado inverosímiles para ser inventadas. Si efectivamente, como cree Cantú, hay mucha fantasía en este relato, también es indudable que no pudo forjarse sin un fondo de verdad. El caso de obligar a Rosamunda a que bebiera en la copa hecha con el cráneo de su padre, es perfectamente verosímil en el caso que se da, y el asesinato de Alboino, despojado de sus detalles, probablemente histórico.

No así el envenenamiento de Helmichis y Rosamunda, que parece ya inspirado en otras fuentes[4] 15, y presenta un valor de efecto enteramente literario. Con el sobrio relato de San Gregorio de Tours a la vista y deslindando los hechos evidentemente históricos que se mezclan, no es, en cambio, difícil dilucidar lo que enriqueció la leyenda de Rosamunda la imaginación italiana durante doscientos años.

2. La leyenda a través de los cronicones medievales desde el siglo IX al XII. La versión de Ekkehardo: su valor. —En la muchedumbre de cronicones más o menos sospechosos[5] que reseñan los principales acontecimientos medievales con extraordinaria aridez y deplorable latín, la leyenda de Rosamunda presenta reducciones

y mutilaciones notables, que obedecieron, no sólo al afán de ser escuetos sus autores, sino también, acaso, a un deseo de mostrarse veraces, rechazando, por improbados y aun improbables, muchos de los aspectos del relato. Lo único digno de subrayarse es que la mayoría desconocieron la versión de Pablo el Diácono, o la consideraron tal vez indigna de tenerse en cuenta.

Andrés de Bérgamo, por ejemplo, que escribe su Chronicon un siglo después del aludido Paulo Warnefrido, únicamente indica que Alboino murió por insidia de su mujer, mas no cita el nombre de ésta ni ninguna otra circunstancia. El tiempo del reinado de Alboino coincide, en cambio, con el Diácono cronista. Véase el texto original:

«Rex Alboin postquam in Italia tres annos et sex menses regnavit

insidiae suae coniuge interemptus est[6]» .

De la misma época es el Chronicon de Herimano de Eu, que abrevia así la invasión lombarda y la leyenda de Rosamunda:

549. «Hoc tempore gens Gepidorum forti a rege Alboino et Longobardis, qui in Pannonia tune habitabant, praelio victa et pene deleta est, et Chunimundus rex eorum occisus est. De cuius capite auro incluso Alboin sibi pratiam fecit, filiamque eius Resmondam, inter alios multos captivam postea, defuncta coniuge, Holdharii regis Francorum filia, in sui pernitiem duxit uxorem.»

574. «Alboinus rex Longobardum apud Veronam insidiis Resmodae coniugis suae a Helmichiso armígero suo peremtus est. Ipseque Helmichis frustra regnum attemptans, cum ad mortem quaereretur, cum eadem Rosmoda coniuge sua et thesauris filiaque regia Albsuinda Ravennam fugit, ibique, venenum ab ipsa acceptum ipsam

quoque bibebe cogens, cum ipsa pariter interiit».[7]

Solamente es digna de notarse la desaparición de la figura de Peredeo. En cambio menciona los detalles del intento de apoderarse del reino y la huida a Rávena con Alpsuinda y los tesoros de los lombardos. Las alteraciones de los nombres de los personajes tienen menor interés.



[1] Oncken, Ob. y lug. cits.

[2] Ai llegar a la intervención de la segunda copa fatal, Cantú considera, con razón, que «la novela o la poesía entran por mucho en este relato» (Ob. cit., pág. 81, nota 6).

[3] Pablo el Diácono aún continúa la historia de Peredeo allá en Constantinopla: le sacaron los ojos y él en venganza asesinó a dos favoritos del emperador. De cómo las dos figuras de Helmichis y Peredeo—con estos u otros nombres—se confunden, se diferencian y desaparecen o no, pueden dar idea los textos que se estudian en estas páginas.

[4] No voy ahora a determinarlas aquí. Baste saber que en la leyenda de doña Oña, madre de Sancho García, hace éste, de modo análogo, que beba la condesa la copa de veneno que le destinaba. Tal es el origen legendario de los Monteros de Espinosa, guardas permanentes de los reyes de España, según es sabido. Sobre las derivaciones literarias de esta leyenda consúltese mi estudio El Doctor Don Cristóbal Lozano, inserto en este volumen, y el prólogo a mi edición de Historias y Leyendas del mismo autor, Madrid, 1943 (T. I, pág. XXXVII).

[5] Conste que algunos de estos cronicones medievales tienen —aparte de su mayor o menor veracidad—una autenticidad muy discutible, aunque no me refiero a ninguno determinadamente ni es esta ocasión de deslindar tan intrincada cuestión cuyo resultado, a lo más, alteraría la cronología y algunas observaciones hechas a los textos utilizados, pero no el fin perseguido en este estudio.

[6] Monumenta Germaniae Histórica. (Tomo III, pág. 232.)

[7] Monumenta Germaniae Histórica. (Tomo V, págs. 87 y 89.)

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