El Kalevala - cap VIII

VIII WAINAMOINEN Y EL GIGANTE WIPUNEN
El viejo, el impasible Wainamoinen, el runoya in¬mortal, hallábase ocupado en construir un navío, un navío nuevo, en la punta del promontorio nebuloso, de la isla rica en umbrías. Y cantaba, cantaba un canto mágico a cada parte que construía . Pero cuando llegó el momento de ensamblar las planchas, de tajar la proa y redondear la popa, tres palabras le faltaron de repente. El viejo, el impasible Wainamoinen, el sabio sin edad, exclamó: "¡Ah, desdichado de mí! ¡Mi navío no podrá sostenerse a flote, mi nueva barca no podrá na¬vegar en el agua!" Se puso a reflexionar profundamente preguntándose dónde encontraría las palabras, las ocultas palabras mágicas. Un pastor salió a su encuentro y le dijo: "Encontra¬rás cien palabras, mil sagradas runas, en la boca de Antero Wipunen, en el vientre del prodigioso gigante. A él debes dirigirte. El camino para llegar allá no es muy bueno, pero tampoco es de los peores. Hay que recorrer el primer tramo sobre la punta de las agujas de las mujeres; el segundo tramo sobre la punta de las espadas de los hombres; y en fin, el tercer tramo, sobre el filo de las hachas de los héroes". El viejo, el impasible Wainamoinen, pese a las difi¬cultades de la empresa, no vaciló en intentarla. Se dirigió a la fragua de Ilmarinen y le dijo: "Oh herrero Ilmarinen, hazme unas suelas de hierro, unos guante¬letes de hierro, una cota de hierro; y fórjame además, por lo que pidas, un estoque de hierro con medula de acero. Parto a arrancar las mágicas palabras, las sa¬gradas runas, del vientre del prodigioso gigante, de la boca de Antero Wipunen". Ilmarinen contestó: "Wipunen ha muerto hace mu¬cho tiempo; hace mucho que Antero ha dejado de ar¬mar sus trampas de caza, de tender sus redes de pesca. Ni una palabra sacarás de él, ni la mitad de una pa¬labra". El viejo, el impasible Wainamoinen, a pesar de tal advertencia, se puso en camino. El primer día cruzó sobre la punta de las agujas de las mujeres; el segun¬do día, sobre la punta de las espadas de los hombres; el tercer día, sobre el filo de las hachas de los héroes. Wipunen, el poderoso runoya, el gigante de prodi¬giosas fuerzas, hallábase acostado bajo tierra con sus cantos; yacía tendido con sus mágicas palabras. Crecía el chopo sobre sus hombros, el abedul sobre sus sie¬nes, el álamo sobre sus mejillas, el sauce sobre su barba, el abeto sobre su frente, y el pino silvestre entre sus dientes. El viejo Wainamoinen llegó. Desenvainó su espada, su hoja de acero, de la vaina de cuero; y taló el chopo de los hombros de Wipunen, el abedul de sus sienes, los álamos tupidos de sus mejillas, el sauce de su bar¬ba, el abeto de su frente y el silvestre pino de entre sus dientes. Después hundió su estoque guarnecido de hierro en la garganta del gigante, entre sus anchas mandíbulas, entre sus mugientes encías, y dijo: "¡Le¬vántate de tu subterráneo lecho, oh esclavo del hom¬bre, despierta de tu largo sueño!" Wipunen, el poderoso runoya, se despertó en el acto de su sueño. Sintió el duro golpe del estoque y un agudo dolor que le desgarraba. Mordió el estoque, pero su dentellada no alcanzó más que a la superficie; no logró hacer presa en el acero, en el tuétano de acero. El viejo Wainamoinen se acercó más al gigante, y de repente saltó y se deslizó en su boca. Entonces Antero Wipunen, abrió las anchurosas fauces y se tra¬gó al héroe y a su espada, diciendo: "Muchas cosas he comido: he devorado cabras y ovejas, y bueyes y jabalíes, pero nunca había probado un manjar seme¬jante". El viejo Wainamoinen dijo: "¡He aquí llegada mi hora fatal!" Y se puso a pensar, a reflexionar profundamente, preguntándose cómo se las arreglaría ahora para exis¬tir, para poder seguir viviendo. Wainamoinen llevaba colgado a la cintura su en¬cantado cuchillo de mango de madera. Y se sirvió de él hábilmente para construir una pequeña barca, que lanzó bogando, intestino adelante, explorando todos los entresijos, todas las guaridas del vientre. Wipunen, el viejo gigante, el poderoso runoya, no pareció desconcertarse por semejante prueba. Enton¬ces Wainamoinen se transformó en herrero. De su cota de hierro se hizo una fragua; de sus mangas y su ca¬pote, un fuelle; de sus calzas, un cañón de chimenea; de su rodilla, un yunque; de su codo, un martillo. Y comenzó a martillar con redoblados golpes, haciendo resonar su yunque noche y día, sin tregua ni reposo, en el vientre del prodigioso gigante, en el seno del hombre fuerte. Wipunen, el poderoso runoya, dijo: "¿Qué hombre eres tú, pues entre los hombres, qué héroe entre los héroes? ¡Cien hombres he devorado, mil héroes he matado, pero jamás he comido nada semejante a ti! ¡Los carbones encendidos suben hasta mi boca, los tizones queman mi lengua, las escorias del hierro desgarran mi garganta!" "Si no te apresuras a salir de ahí, oh perro sin ma¬dre, yo pediré sus garras al águila, su lanceta a la sanguijuela, la uña corva al halcón, los espolones al buitre, para dar tormento al maldito, para castigar al sacrílego, hasta que su cabeza quede inerte y falte el aliento a su pecho. ¿No saldrás de ahí, oh monstruo? ¿no me veré libre de ti, oh perro vagabundo?" El viejo, el impasible Wainamoinen, respondió: "Me encuentro bien aquí; mis horas transcurren agradables. Tu hígado reemplaza bien a mi pan, y tu grasa a mi carne. El pulmón cuece bien, la grasa no es mal alimento. "Hundiré más todavía mi yunque en la carne de tu corazón, instalaré más profundamente mi fragua, de suerte que en todos tus días puedas escapárteme sin revelarme antes las mágicas palabras, sin enseñarme las ocultas runas que forman el canto universal. No pueden las palabras permanecer escondidas, las fórmu¬las mágicas no pueden quedar enterradas en las en¬trañas de las rocas, muertas para siempre en el hon¬dón de la tierra. ¡Pueden desaparecer los poderosos, pero no el poder!" Entonces Wipunen, el dueño de! canto, el héroe so¬berbio de los días antiguos, cuya boca está llena de sabiduría, cuyo pecho es la morada de la infinita fuer¬za, abrió el cofre lleno de palabras, el cofre lleno de cantos, para cantar las palabras eficaces, para dar rienda suelta a los mejores cantos. A esas palabras profundas de los orígenes, a esos mágicos cantos de la creación de los tiempos, que todas las criaturas juntas no serían capaces de repetir, que ningún héroe sería capaz de comprender en esta triste vida, en este mun¬do perecedero. Cantó las palabras originales, las runas de la sa¬biduría. Cantó sin cesar a la luz del día y en una larga suce¬sión de noches. El sol se detuvo a escucharle. La luna de oro se detuvo a escucharle. Las olas de los estre¬chos, las ondas de los golfos, las aguas de los ríos apagaron su tormentoso murmullo. Entonces el viejo Wainamoinen, después de haber escuchado las palabras, después de haber aprendido los cantos mágicos tan ardientemente deseados, se dispuso a salir de la boca de Antero Wipunen, de las entrañas del hombre poderoso y fuerte. Y dijo: "Oh Antero Wipunen, abre ahora tu anchurosa boca, dilata tus vastas mandíbulas, para que yo salga de tu vientre y vuelva a mi casa". Wipunen, el gran runoya, dijo: "Muchas cosas he comido y he bebido; mil diferentes materias. Pero jamás había comido ni bebido nada semejante al viejo Wainamoinen. Si bien has hecho en venir, mejor harás en irte". Y Wipunen, el gran runoya, abrió su ancha boca, dilató sus mandíbulas, y el viejo Wainamoinen se lanzó fuera, desde el fondo de las entrañas del gigante. Saltó como una ardilla de oro, como una marta de dorado pecho. Y regresó a la fragua del herrero. Ilmarinen le pre¬guntó: "¿Has escuchado las palabras, has recogido los cantos mágicos, los cantos necesarios para terminar tu navío?" El viejo, el impasible Wainamoinen, respondió: "Cien palabras he aprendido, mil objetos de canto. He sacado a las runas de su fosa, he arrancado a los can¬tos mágicos de su caverna". Y se dirigió hacia su navío, al lugar donde sabia¬mente trabajaba. Y pronto el navío fue terminado sin auxilio de la hacha. El barco fue "creado" sin que la hacha soltase una sola chispa.

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