III
SIGFRIDO
SIGFRIDO
Los encinares del bosque se apretujan junto a la entrada de una gruta. De su interior llega el eco acompasado de un hierro golpeado en el yunque y el soplar de un fuelle. Los pájaros preludian sus cantares mañaneros y las hojas de los pinos y de los robles, de erguida planta, tienen el verde fresco y brillante. Los zorros y los lobos no sesgan con sus aullidos la tranquilidad de la selva. Sólo el lamento de Mime, el enano herrero que forja en la gruta, rasga el silencio. -¡Tormento pesado! ¡Trabajo sin fruto! La mejor espada que forjé en mi vida resistiría a los puños de los gigantes. ¡Y este jovenzuelo, que he criado y prohijado, la rompe como si fuera de juguete! ¡Carezco del arte que pueda unir los pedazos de la espada Nothung! ¡Y qué premio tendría si pudiera lograrlo! Y Mime, agobiado por su trabajo sin fruto y sin descanso, prosigue la forja. ¡Oh, si él pudiera unir los fragmentos de Nothung! Fafner cl gigante, en cuyo poder está el anillo del Nibelungo y el casco alado, dueño de todos los tesoros que exigiera por la devolución de Freia, es ahora un dragón misterioso y terrible, de inmenso cuerpo, boca armada de filosos dientes, desgarradores de carne, y una cola poderosa que destroza golpeando. Si Nothung fuese soldada, el joven que ha criado Mime el enano podría librar combate con el dragón y conquistar el tesoro del Nibelungo para su tutor; Alberico no cuenta para nada en este plan. Un toque vibrante de cuerno de caza seguido de un grito de alegría se oye a la entrada de la gruta. Un joven hombre alto, fuerte, erguido y hermoso como un dios; rubia la cabellera, azules los ojos; tostada la piel por los soles del verano y curtida por la ventisca del invierno; firme de músculos, ancho de pecho, robusto de torso, ágil el paso; una risa franca y un semblante abierto; el gesto desafiante y el aire osado de adolescente. Sigfrido es su nombre, según Mime lo llama; y suya es la exigencia de soldar a Nothung y que el enano por más que se esfuerza no puede lograrlo. Entra bullanguero en la gruta trayendo consigo un oso apresado en el bosque, que incita contra Mime, con alegría maliciosa. -¡Muérdelo! ¡Cómelo! ¡Cómete a ese inútil forjador! -¡Aparta de mí a esa fiera! -dice temblando Mime acurrucado detrás del hornillo. -¡Lo traigo para atormentarte mejor! ¡A ver, pregúntale por la espada! -y acerca el oso, que gruñe, al enano que gime espantado. -¡Hoy la acabaré de pulir! -asegura. -¡Aleja a ese animal. Y Sigfrido riendo quita la cuerda al oso, que escapa de inmediato al bosque. A los reproches de Mime por haber traído la fiera a la cueva, Sigfrido responde que siempre siente la necesidad de buscar un compañero mejor que Mime y a quien pueda amar y sentirse su amigo. Corriendo entre la arboleda del bosque ha hecho sonar su cuerno llamando al amigo imaginario; sólo el oso salió refunfuñando de los matorrales. Pero ahora quiere la espada invencible que Mime debe haber forjado. El enano presenta la hoja reluciente; Sigfrido prueba su punta, luego la blande y la dobla con sus fuertes manos; los trozos de metal brillan después en el suelo. Y nuevamente su cólera se despierta. Vive soñando con una espada que resista a sus manos; con ella podrá matar los dragones y entablar combates contra gigantes sanguinarios; realizar hechos heroicos y hazañas esforzadas. Sin embargo, no puede hacerlo aún porque cl arte de Mime no acierta a forjar la espada. Y Sigfrido reprocha su inhabilidad al enano: -¡Hasta cuándo has de engañarme, fanfarrón! -grita airado. Entonces, Mime le reprocha su ingratitud. Ahora es un fuerte y hermoso joven; pero, ¿quién le cuidó al nacer? ¿Quién le enseñó a andar? ¿Quién guió sus primeros pasos? ¿Quién le hizo conocer el bosque, distinguir sus hierbas y treparse por los troncos y cantar con los pájaros? ¿Quién ha velado sus noches, preparado el alimento, y elegido los frutos silvestres para el niño? ¿Quién? La ingratitud de Sigfrido lo hunde en la desesperación; mientras Mime trabaja y forja, el joven vagabundea por el bosque, canta y caza. Sigfrido conoce toda la larga lamentación de Miele; siempre la ha escuchado desde niño, pues el enano se la repite desde que se dio cuenta de que podía entenderle. Así ha creído poder obtener el cariño del joven; pero lo único que ha logrado es su encono y el creciente alejamiento. La presencia contrahecha del enano, su andar cojo, y su ademán torpe, no despierta compasión sino irritación en Sigfrido. Le repugna el alimento que le prepara, no puede conciliar el sueño en el blando lecho que le dispone; siempre ve y siente la mala intención que mueve al enano y nunca se le apareció leal y bueno. Por eso no siente afecto hacia él ni podrá sentirlo. A veces una duda asalta su limpia conciencia de hombre criado en plena naturaleza -¿Cómo es que huyendo por cl bosque para no estar contigo, vuelvo otra vez a tu casa? -Porque estoy cerca de tu corazón -responde Mime. -No olvides que no puedo sufrirte! -Eso se debe a tu ferocidad; aún debo suavizar tus impulsos. Así copio los pichones pían por el nido y los cachorros gimen por sus padres, tú, sediento de cariño, vienes a mí. Porque yo, Mime, soy para ti como el ave madre para el hijuelo. -Oye, Mime; si eres ingenioso contesta a esto: los pájaros cantan, se llaman uno al otro en la primavera. Tú me dijiste que eran macho y hembra. Construyen su nido y luego incuban los huevecillos; mas cuando nacen los polluelos, los cuidan juntos y los alimentan. El lobo macho lleva la comida a los cachorros y la hembra los cuida. En ellos aprendí lo que era el amor y jamás en mis correrías por el bosque robé un hijuelo. ¿Dónde está tu hembra, Mime, para llamarla madre? i\ lime se encoleriza y reprocha a Sigfrido su pretensión. -Acaso él es pájaro o un zorro para ser igual a ellos? Pero, entonces, Sigfrido quiere saber cómo es que puede haber un niño sin madre. Y aunque el enano intenta convencerlo de que él es su padre y su madre a la vez, Sigfrido no le cree y le recrimina el embuste. -¡Y los hijos se parecen a los padres! En las aguas claras de los arroyos he visto reflejarse los árboles, los pájaros, las nubes; allí también contemple mi imagen y me he visto completamente distinto de ti. Dime, entonces, ¿quiénes fueron mis padres? Mime intenta disuadirle una vez más, pero Sigfrido salta a su cuello como un tigre joven. Sólo entonces puede conocer el secreto de su origen. -Gimiendo encontré en el bosque a una mujer -comienza diciendo el enano; - la traje junto a mi fragua para calentarla. En este sitio naciste tú. Ella murió y tú te salvaste. Por ella me fue dado tu nombre; debía imponértelo porque te haría fuerte y libre. Y nuevamente Mime quiere repetir la enumeración de sus cuidados y esfuerzos, pero Sigfrido le interrumpe: -¡Quiero saber el nombre de mi madre! -Lo habré olvidado?... Espera... Siglinda creó recordar que fue. -Y el de mi padre ... -Qué fue de mi padre? -Nunca le vi. Tu madre sólo dijo que murió en un combate; como huérfano y desamparado te recomendó. -¡Quiero una prueba de todo esto! Y Mime le muestra los fragmentos de la espada Nothung que el padre de Sigfrido llevaba al perecer en su último combate. Una alegría desbordante da paso a la pena en el joven. Con los pedazos de la espada rota deberá forjar el arma que blandirá en sus luchas. Quiere que Mime los una y trabaje un arma sin igual. Con ella saldrá del bosque y entrará en el mundo. ¡Cómo será ele feliz en su libertad! Tal como el pájaro y la alimaña en la selva. Como el viento que mueve las hojas y el agua que corre en los torrentes. Embriagado con la esperanza de su liberación corre al bosque llenando el aire con sus gritos de júbilo. Mime no puede retenerlo a pesar de sus llamadas. Una nueva preocupación se suma a sus afanes. ¿Cómo podrá unir los pedazos del acero de Nothung? No hay horno con suficiente calor para ablandarlo ni martillo de nibelungo que venza su dureza; ni la envidia que devora su alma ni su rudo trabajo de enano tendrán la suficiente fuerza como para insistir en soldarla. Además, ¿cómo podrá ahora inducir a Sigfrido a que penetre en la cueva de Fafner el dragón y entable combate matándolo y muriendo a la vez? Las lamentaciones de Mime se interrumpen de golpe. Un viajero extraño ha entrado en su guarida; usa lanza, lleva un manto azul oscuro y un sombrero de anchas alas cae sobre su ojo tuerto. Saluda al herrero asustado, que se cree amenazado por un peligro nuevo y no le ofrece hospitalidad. Pero el viajero le dice palabras significativas al descubrir su miedo y su turbación: él conoce de todo y nada le está oculto a su saber. ¿Por qué el enano no intenta ponerlo a prueba? Mime se anima y le formula tres preguntas, apostando su hornillo contra la cabeza del extraño. -¿Qué estirpe vive en las profundidades? -Los Nibelungos y Nibelhein es su patria. Son negros y Alberico en un tiempo fue su rey mediante el poder mágico de un anillo forjado con el oro del Rhin y que le proporcionó incontables riquezas. -Mucho sabes, viajero; pero, dime ahora: `qué especie domina en la superficie de la tierra? -La raza de los gigantes, cuya patria es Riesenhein; Fasolt y Fafner fueron los gigantes que ganaron el anillo del nibelungo Alberico, y con él su poder. Sin embargo, la maldición del anillo los llevó a la discordia y a la lucha a muerte. -¿Qué estirpe habita la región de las nubes? ¡Contesta ahora, viajero! -Los dioses; su morada es el Walhalla. Wotan los rige y su lanza está hecha de la rama sagrada del fresno del mundo. En su asta están las "runas", fórmulas misteriosas, inscriptas, que revelan los pactos convenidos. Quien posea la lanza es dueño del mundo. Ante Wotan se inclina el ejército de los Nibelungos y la raza de los gigantes acata sus consejos. -Viajero: has salvado tu cabeza; sigue, ahora, tu camino -dice el enano. Pero el extraño, a su vez, quiere poner a prueba el saber del enano; su cabeza ha de servir de prenda si no logra responder a tres preguntas que el viajero ha de formularle. Mime con humildad replica que hace tiempo abandonó su patria y se separó de su madre. La mirada de Wotan un día iluminó su cueva. Empleará todo su ingenio en salvar su cabeza, pues. -¿Cuál es la raza que Wotan trata peor y, sin embargo, es la que más ama? - comienza el viajero. -La de los welsas. Siegmund y Siglinda, dos desdichados gemelos, descienden de ella; fueron padres de Sigfrido, el más poderoso de su raza. -Resolviste la primera pregunta. Ahora: ¿Qué espada blandirá Sigfrido para matar a Fafner? -Nothung se llama la espada. Wotan la hundió en un fresno de donde sólo Siegmund logró sacarla. Con ella fue al combate contra Hunding, pero Wotan se la quebró en pedazos. Sus trozos los guarda un hábil herrero, pues con ella, Siete fried, niño sencillo y osado, vencerá al dragón. -Eres muy ingenioso; pero, ¿a que no sabes responder quién ha de forjar con los pedazos de Nothung la futura espada? Mime no puede contestar a esta pregunta y confiesa su ignorancia, ya que, aunque es el más sabio herrero, no ha podido forjarla. Con tono sibilino el extraño le comunica que tal cosa sólo podrá hacerla quien no sepa lo que es miedo. Y luego agrega: -Desde hoy tu cabeza está empeñada y la cederás a aquel que nunca sintió el temor. El nibelungo queda aterrado; el viajero ha desaparecido en el bosque circundante. Mime se deja caer junto al yunque y medita abatido. Un vivo resplandor y un gran estruendo le llega desde afuera; es Fafner que pasa hacia su cueva aplastando y destrozando lo que encuentra a su paso. El enano, rendido y tembloroso, queda escondido a la espera de Siegfried. Un grito alegre y juvenil lo vuelve en sí; es el joven que regresa. Al entrar pide la espada que ya debía haberle trabajado Mime; en ese momento se da cuenta el enano del oculto sentido de la sentencia del viajero: "Sólo podrá forjarla aquel que no sabe lo que es miedo". Sigfrido, por lo tanto. De modo que su cabeza de enano está empeñada al joven, ¿cómo podrá salvarse si no es infundiéndole miedo, haciéndole conocer el temor? No duran mucho las meditaciones de Mime; Sigfrido pide a gritos su espada. Entonces el enano le dice en tono misterioso: -¡Es preciso que te enseñe a tener miedo! -¿Y qué es el miedo? -replica el joven. -Cuando a la luz del crepúsculo estás solo en lo mas intrincado de la selva, ¿no has sentido alguna vez correr un frío aterrador por tus miembros, perturbados tus sentidos, oprimido el pecho y tembloroso el corazón? -Con gusto quisiera sentir ese frío y ese temblor. Pero, ¿cómo me lo enseñarás? -Sígueme -dice artero el enano y lo lleva fuera de la gruta-; aquí cerca hay un dragón espantoso cuyas víctimas sin innumerables. Fafner y su terrible presencia te enseñarán a tener miedo. -¿Dónde está? -pregunta el joven resuelto. -No lejos del inundo, en una cueva que se llama de la envidia - responde Mime. El joven se siente dominado por el entusiasmo y en la embriaguez de la lucha próxima pide la espada. Asustado, el enano confiesa que no se siente capaz de soldar los trozos de Nothung. Entonces, Sigfrido resuelve hacerlo él. Entonando un canto alegre y jubiloso llena de carbón el hornillo y la llama brota viva y ardiente; luego linea los fragmentos de la espada ante el asombro del viejo herrero, reduciéndolos a polvo, que coloca en un crisol sobre las ascuas, mientras aviva el fuego con el fuelle. -¡Nothung! ¡Notliung! -invoca Sigfrido y canta su trabajo mientras sopla el fuelle y se funde el metal. -¡Pronto te blandiré, espada mía, Nothung, acero deseado! El enano perverso y sombrío contempla el triunfo de Sigfrido y trama su muerte. Lo hará enfrentarse con Fafner alentando su ansia guerrera; que con Nothung mate al dragón y se apodere del anillo y del casco; pero luego le dará a beber un brebaje que le producirá la muerte. El joven sigue absorbido por su tarea y canta: -¡Forja, martillo mío, forja la resistente espada! ¡Cómo me alegran estas chispas brillantes! La cólera es un adorno para el valiente. Sumerge el acero en el agua y se ríe al oír el chisporroteo; en tanto Mime piensa en la trama que su perfidia prepara. -¡Nothung, espada envidiada! -grita Sigfrido en su exaltación blandiendo el acero. - Ya estás otra vez unida a la empuñadura. Rota te encontré; al padre moribundo se le hizo pedazos. El hijo la ha creado de nuevo; su brillo le sonríe y corta su filo. ¡Otra vez te di la vida! Y con ella parte de un golpe el yunque en medio del pavor del enano. La noche se ha entrado de golpe en la cueva viniendo del bosque. Entre los árboles los pájaros han enmudecido y las corzas, dobladas sus ágiles patas, descansan en los matorrales. Escondido entre los árboles, Alberico el nibelungo, que sigue lamentando el despojo del anillo y del casco, vaga vigilando al dragón y aguardando al héroe que vendrá a combatirlo y a vencerlo. Sólo así podrá recuperar su tesoro. Los murmullos del bosque llegan apagados y la lumbre de las luciérnagas puntea la noche. Un fulgor potente y extraño atraviesa la masa sombría de los árboles mientras se levanta un viento borrascoso. Cesa de pronto y la naturaleza queda como en suspenso. Ante el nibelungo empavorecido se aparece el viajero misterioso; la luz verde de la luna ilumina el rostro noble de ojo tuerto y aclara la majestad del porte. Alberico reconoce al extraño y se dirige a él enfurecido: -¿Tú mismo en persona te atreves a venir? Pero el viajero sin responder directamente pregunta al enano si acaso se halla en el bosque guardando la cueva de Fafner. El nibelungo sólo replica reprochando a Wotan, el extraño viajero, el despojo del anillo y de sus tesoros. El anillo forjado con el oro del Rhin debe volver a él y fomula la amenaza de asaltar cl Walhalla el día que vuelva a su poder. Pero el viajero augusto le predice acontecimientos inesperados; el propio hermano de Alberico, Mime, ha criado al héroe que ha de matar a Fafner. El joven es inocente, pero Mime lo utiliza para sus fines: obtener el anillo y el casco mágico. Y el dios con palabra intencionada agrega: "pero el tesoro lo tendrá quien lo gane". Anima al nibelungo a que prevenga a Fafner del peligro que ha de correr sugiriéndole que, a lo mejor, en premio le ceda el anillo. Y al terminar esto se dirige a la cueva y despierta al dragón. La voz tremenda del monstruo sale de la hondura del antro. El viajero le dice que alguien viene a salvarle la vida y que a cambio debe entregarle el tesoro. Entonces, Alberico le anuncia la llegada de un joven héroe que intentará matarle y le advierte que puede impedir ese com- bate siempre que Fafner le devuelva el tesoro. El dragón se burla del nibelungo y el viajero ríe desapareciendo en el bosque en medio de una súbita tempestad. Alberico queda consumiéndose en odio mientras le grita: -¡Seguid riendo, desaprensiva raza ele los dioses! ¡Os estoy viendo desaparecer a todos! La noche se va acurrucando entre los encinares y la neblina de la mañana estira sus gasas algodonosas en la copa de los árboles mientras el día amanece. Mime y Sigfrido pisando las hierbas húmedas caminan a través del bosque. Han andado desde la madrugada en busca de la cueva del dragón. El enano le advierte que ha llegado el momento en que ha de sentir miedo y le describe al dragón y su ferocidad. Los esfuerzos son vanos; Sigfrido replica sencillamente sin temor que irá destruyendo una a una las armas del dragón: si la enorme boca es desmesurada, será bueno cerrársela sin acercarse a sus dientes; si la baba es venenosa y corroe la carne, se echará a un lado; si la cola rompe los huesos como vidrio, no la perderá de vista, y por último pregunta si acaso el monstruo carece de corazón. -¡Lo tiene! -dice el enano. -¿Al gin entra el miedo en tu corazón? -¡Hundiré en el suyo mi espada! Eso es miedo? Pero la presencia del enano le incomoda; quiere estar solo y no oír la cantilena del cariño a que apela Mime. El joven sabe que es falso y aunque cl enano le promete velar cerca de la fuente, el joven lo rechaza. Mime obedece; pero su deseo y su pensamiento anhelan que Sigfrido mate al dragón y que éste a su vez devore al joven. A la sombra de los castaños descansa Siágrido; la arboleda susurra y los pájaros trinan a la mañana. El aire es tibio, embalsamado de pinos, y la tierra huele a romero y a muérdago. La frescura del bosque embriaga al joven, que se entrega a sus sueños imaginando el rostro del padre que no conoció y los rasgos de la madre. Piensa que los ojos de la corza no son tan claros y la mirada tan dulce como lo serían los de su madre. El canto de los pájaros llena la mañana transparente y entre los mil indistintos acentos el joven cree poder entender cl oculto sentido. Pero es sólo una ilusión. Quiere entonces imitar el trino de un pájaro y se fabrica una flauta de caña; pero su sonido es áspero, muy distinto del dulce cantar del ruiseñor. Toma su bocina de plata y modula una alegre melodía con la que siempre buscó a sus compañeros del bosque: los zorros, los osos y los lobos. El aire se puebla de trinos y susurros; las hojas movidas por la brisa remedan conversaciones en voz baja. De pronto, un enorme lagarto ha salido de una cueva y se enfrenta a Sigfrido; su tremenda voz sale potente de la enorme boca. Muestra sus dientes, amenaza con la cola e insulta al héroe, que celebra que el monstruo hable. El dragón quiere arrojarse sobre el joven abriendo, a la vez, su dentada boca; pero Sigfrido salta ágilmente hacia un lado. Un combate feroz se entabla y la decisión, rapidez y fortaleza del joven van venciendo poco a poco al monstruo hasta que cae rendido, atravesado el corazón por la espada Notliung, hundida hasta la empuñadura. Y en los estertores de la muerte cl dragón se dirige al joven valiente y le dice que la raza de los gigantes desaparece con él y que fue la ambición del oro maldito lo que la ha destruido; por él mató a Fasolt. -¡Vive siempre alerta, joven; la traición rodea al dueño del tesoro y el que te empujó a esta lucha trama tu muerte! Luego suspira y muere. Sigfrido arranca la espada y sus manos se tiñen de sangre; maquinalmente lleva una a la boca -porque le quema como si fuera fuego. Al probar la sangre, al instante comprende el canto de los pájaros e interpreta el murmullo del bosque. Y oye a un pájaro que trina prediciéndole que ha de lograr cl poder con el anillo y el amor con el casco alado. Baja Sigfrido a la cueva a buscarlos y en tanto los enanos Alberico y Míme, que vienen para darse cuenta de la suerte del combate, disputan el derecho de estar presentes; ambos aspiran al privilegio de hacerse dueños del tesoro que conquistará el joven héroe y ocupadas sus mentes con tal deseo se hunden en las profundidades. Sigfrido sale de la cueva dueño del anillo y del casco. Ignorante de su poder se los coloca creyéndolos meros juguetes. El bosque está sumido en el silencio; un pájaro inicia su canto y lanza sus notas que quedan vibrando en el aire tibio de la mañana. Un leve susurro se levanta de las hojas y un movimiento raro, copio si los árboles y las hierbas se agitaran por una presencia oculta, rodea al héroe. Canta el pájaro nuevamente y Sigfrido por primera vez entiende su lenguaje; es un alerta a las maniobras solapadas de Mime y un llamado a la confianza en las propias fuerzas. Por haber probado la sangre del dragón ha adquirido el joven una sabiduría milagrosa. Poco a poco aparece Mime arrastrándose por las rocas e intenta halagar al luchador; pero es inútil porque, gracias al nuevo poder de comprensión, Sigfrido entiende el verdadero y oculto sentido de sus mentirosas palabras. Y así, en medio del asombro del enano el joven acepta la bebida que le ofrece, pero, a la vez, de un golpe de Nothung le parte el cráneo. En ese momento Alberico hace oír su risa sarcástica desde las grietas de la roca. La luz del mediodía ilumina el bosque y las hierbas cierran sus flores a la ardiente influencia. Los tilos dan gresca sombra y un olor de tierra abierta y mojada inunda el ambiente. Sigfrido se siente fatigado de su lucha; sobre el oro ha arrojado el cadáver de Mime y cierra la entrada de la gruta con el dragón muerto. Tendido bajo los árboles siente bullir la vida de la naturaleza bajo su cuerpo: la marcha levísima de las hormigas, de los cascarudos y los grillos; la movilidad de la tierra florecida, el lento aletear de las mariposas y el susurrar del viento. Se siente unido al suelo, pero solo, sin amigos por quienes realizar hazañas y empresas. Le ruega a su pájaro amigo le indique hacia dónde ha de dirigir sus pasos para encontrarles; y la respuesta le llega en forma de un trino prolongado y jubiloso. -¡Ay! Sigfrido mató al enano malvado. Será ahora para él la mujer más hermosa. Duerme en altas rocas cercada de fuego; si logra atravesar las llamas y despertar a la joven, Brunilda será suya. Una extraña exaltación crece en el alma de Siegfried al oír la voz del pájaro; se siente impelido a salir del bosque y correr en busca de la roca legendaria. -¡Ningún cobarde logrará a la durmiente! -canta el pájaro. - Sólo aquel que no supo nunca lo que es miedo! -¡Soy yo! -grita el joven. -¡He matado al dragón y no sentí temor! ¡Quiero que me lo enseñe Brunilda! Y enajenado de entusiasmo corre a través del bosque siguiendo la huella musical que le traza cl canto del pájaro. La noche ha bajado a la selva y los árboles sólo son masas que se agitan al pasar el viento. La tempestad empieza a formarse por el lado de la montaña. Los relámpagos iluminan al viajero misterioso que se guarece en una gruta; su voz se oye en la oscuridad invocando a Erda. -¡Erda! ¡Mujer eterna; abandona tu profunda morada y sal a la altura! Cantando te desperté de tu sueño. ¡Mujer que todo lo sabes, despierta! Una irradiación azul alumbra luego la gruta, y en medio de ella aparece Erda, cuyos cabellos oscuros tienen un resplandor centelleante. -¡Fuerte resuena tu canto; el poder del hechizo es grande! ¿Quién me privó de mi letargo? -Yo, que acostumbro a despertar a quien domina profundo sueño. Te invoco porque nadie es más sabio que tú. Donde hay vida está tu aliento; donde se piensa, tu inteligencia. Tú debes responder a mis preguntas. -Mientras duermo las Parcas hilan lo que yo sé. Dirígete a ellas. -Sólo tú puedes cambiar el curso del destino y darme el medio para detener el giro de la rueda. -Las acciones de los hombres oscurecen mi saber. Pregunta a Brunilda, hija mía y de Wotan, el que me dominó con su hechizo. Pero el viajero insiste. Cuenta a Erda que Brunilda duerme un largo sueño circundada de fuego en castigo por haber desobedecido las órdenes de su padre. Sólo despertará para ser la esposa de un mortal. Al saberlo, Erda quiere volver al seno de la tierra, pero el viajero la retiene con su hechizo. Le pide que lo ayude a vencer el temor que lo domina de ver terminada la eternidad de los dioses. La angustia ha atado su valor; Erda, la sabia mujer, debe decirle a él, Wotan y dios inmortal, cómo ha de vencer ese miedo. Pero Erda se indigna por la superchería de Wotan. No, no le ayudará. Entonces cl viajero le señala a ella su propio fin inmediato; la sabiduría de la madre termina con el fin de los dioses. Y con gesto majestuoso, el dios afirma que ya no le angustia el ocaso de los dioses porque su voluntad misma empieza a desearlo. Convertirá al más hermoso ser, a un welsa, en heredero del mundo, ajeno a la envidia, ansioso de amor. Sin miedo y valiente, contra él no ha de paralizarse la maldición de Alberico. El ha de despertar a Brunilda y Wotan le concederá la inmortalidad. No importa ya el consuelo de la mujer eterna; puede, pues, seguir en su sueño. Erda se hunde y la oscuridad vuelve a llenar la cueva. En cl cielo los nubarrones cargados son llevados por el viento y los relámpagos que se alejan más allá de. la montaña anuncian la luida de la borrasca. La luz verdosa de la luna se filtra por los pinares del monte. Sigfrido vaga desorientado; su pájaro guía ha desaparecido de pronto y cl canto ya no se oye, como si un poder oculto hubiera hecho enmudecer al ave- En un instante de fatiga, el joven se detiene cerca de la gruta. A su entrada cl viajero misterioso le observa y su grave voz rompe la paz de la naturaleza. -¿Adónde te conduce tu camino, joven? Detenido de pronto Sigfrido, responde que va en busca de una doncella que duerme en una roca protegida por el fuego. El desconocido pone en duda la veracidad del caso; pero el joven le explica que él no duda porque un pájaro le ha guiado con su canto hasta hace un instante y que su confianza proviene de un hecho milagroso. El entiende el lenguaje de las aves y comprende los secretos del viento, porque ha probado la sangre de un dragón, muerto en rudo combate. No fue el miedo lo que le movió a la lucha, sino la amenaza del monstruo de tragarlo; y su hazaña fue cumplida gracias a Nothung, una espada que él mismo había forjado. La audacia y la confianza en sí que revela el joven provocan la risa del viajero; con ello consigue irritarlo y hacerle proferir amenazas contra el desconocido, al que augura la misma suerte que la corrida por 'lime. Luego el héroe se acerca al extraño y le observa, al notar que el tuerto se mofa de él. Pero el viejo dios disculpa sus bravatas porque sabe que Sigfrido ignora su verdadero carácter. -Siempre amé a tu raza -le dice-. Pero ya ha tenido la oportunidad de experimentar los efectos de mi cólera. ¡No la provoques de nuevo porque ambos seríamos víctimas de ella! -agrega amenazador. Sigfrido sélo quiere saber dónde realmente está el sitio en que, tras ardiente cerco, duerme la más bella de las mujeres; por ello, las oscuras amenazas del anciano no lo arredran. Intenta seguir adelante dejando al viajero con sus palabras oscuras; pero éste con su lanza de fresno quiere detenerlo. Sigfrido la rompe con su espada y se abre paso hacia adelante. Un instante la naturaleza se ha quedado en suspenso; cl mismo dios se oscurece y se desdibuja en la penumbra. La jubilosa decisión del joven ya no encuentra obstáculos y ebrio de audacia avanza entre los árboles hacia la roca distante que ve iluminada, pero inaccesible. Un cordón de fuego de altas llancas brillantes se eleva en torno de la roca; su reflejo no detiene a Sigfrido. La movilidad del mismo deja ver cl cuerpo yacente de un ser dormido. La magia del hecho y lo inmediato del peligro no impiden al joven decidirse a lanzarse a través de las llamas. -¡Oh, fuego delicioso! ¡Brillante resplandor que alumbras mi camino! -exclama-. ¡Mágica aventura es atravesarte y rescatar a mi amada! Y haciendo sonar su cuerno de caza con un canto animoso y guerrero se arroja por entre las llamas, sin miedo y sin titubeo. Atrás quedan las llamas y ante sus ojos aparecen las rocas que hace un instante veía inaccesibles. Ha vencido al fuego y su canto resuena glorioso. Alguien descansa al pie de una roca bajo su brillante armadura, puesto el casco y protegido por el escudo; cerca, un caballo duerme plácidamente. El joven héroe descubre al durmiente y deslumbrado aún por el fulgor de las llamas se detiene presa de admiración al notar que es un guerrero el que duerme. Levanta el escudo y al ver que respira todavía decide cortarle los anillos de acero que ciñen la coraza; al hacerlo aparecen ante su asombro las bellas líneas del cuerpo de Brunilda y la suave tela de lino. -¡No es un hombre! -dice azorado-. ¡Mágica sensación arde en ni¡ pecho; mis sentidos desfallecen! ¡Madre, madre, acuérdate de mí! Cae su cabeza sobre el seno de Brunilda y por primera vez siente palpitar su corazón y oprimirle el miedo. ¿Podrá, entonces, una mujer provocar el miedo que nada ni nadie lo lograra? Y en su turbación al ver que la durmiente no despierta, se decide a besarla en los labios. Brunilda abre los ojos y ambos se miran embelesados. -¡Salud a ti, oh sol! Te saludo, luz del día. Largo fue el sueño. ¿Quién fue el héroe que me sacó del letargo? -¡Sigfrido se llama quien te despertó! Enajenada Brunilda saluda a la tierra y al mundo al saberse despierta por un héroe; le dice cuánto y desde cuándo lo amaba, aun antes ele nacer. Cómo lo protegió con su escudo y constituyó su cuidado y su pensamiento ele siempre. -¡Oh, Sigfrido; lo que tú no sabes lo sé yo por ti! Pero lo sé porque te quiero. Mi amor hacia ti fue el pensamiento que me movió a desobedecer y a levantarme contra el mismo que lo concibiera; por él fui castigada porque sólo lo sentía y no lo advertía. Canto milagroso colma el pecho de Sigfrido; las caricias paternas nunca sentidas y las viejas palabras maternas nunca oídas se hacen patentes y cálidas en la mirada luminosa de Brunilda. Percibe el calor de su aliento y oye el acento de su voz, pero no entiende el sentido de sus palabras. Sus sentidos están arrobados con la presencia de ella. Brunilda siente la ternura del héroe, pero le ruega que no se acerque todavía, que no destruya lo divino de sí misma. Un extraño miedo comienza a invadirla; siempre fue una diosa y nunca ha sentido tan cercana la influencia de un mortal. De ahí su angustia y su tristeza. -¡Cuánto te amo! - exclama el joven. -¡Oh, si tú me pertenecieras! Un agua agitada ondea frente a mí; sólo veo a esa oleada de amor. ¡Oh, si sus olas amándome me arrastrasen! ¡Despierta, Brunilda, vive y sonríe en dulce amor! -Mágico encanto invade mi pecho -dice Brunilda. Y luego, en un arranque conmovido, admira al joven héroe: -¡Tesoro de las más maravillosas acciones! Sonriendo nos perderemos: sonriendo nos hundiremos. ¡Adiós, Walhalla! ¡Adiós esplendor de los dioses! ¡Muere por cl amor, generación eterna! ¡Acércate, crepúsculo de los dioses, y que asome la noche de su destrucción! Para mí brilla ahora la estrella de Sigfrido. ¡Mientras esté vivo el amor, dulce será la muerte! -¡Siempre, Brunilda, serás la dicha para mí! -responde el joven-. ¡Mientras luce el amor, sonríe la muerte! Y sonrientes y confiados, cara al sol y al cielo que es una vela celeste izada en el horizonte, inician los jóvenes su idilio puro y transparente. IV EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES En las rocas más empinadas de la montaña, envueltas en la sombra de la noche, hilan las Parcas cl destino de los dioses y de los hombres. La más anciana está tendida bajo un pino de anchurosa copa y el mirar a lo lejos pregunta por un extraño resplandor que divisa. La más joven responde que es Loge con su ejército de llamas rodeando la roca sagrada. La noche, acurrucada bajo el cielo, tarda en desperezarse. Las tres Parcas cantan e hilan. La más anciana ata una cuerda de oro a una rama de pino y mientras hila, canta: -Un día hilaba al pie del fresno del inundo bajo su ramaje, junto a un arroyo cristalino. Un dios atrevido se acercó a beber a la fuente y la osadía le costó un ojo; entonces Wotan rompió una rama del fresno y se hizo el asta de una lanza. Herido el árbol secó su follaje y sus ramas y la fuente dejó de manar. Canta ahora tú, hermana; sabes lo que ha de suceder. Ahí va la cuerda. La segunda Parca enrosca la cuerda alrededor de una piedra a la entrada de una gruta y canta: -Wotan grabó las "runas" en el asta de su lanza y con ésta dominó al mundo. Un joven héroe la quebró en pedazos y así destrozó el contrato sagrado. Wotan ordenó, entonces, a los héroes del Walhalla que destrozaran las ranas secas y el tronco del fresno del mundo. Cayó el fresno y la fuente cesó de manar. Canta, hermana, ,sabes lo que ocurrirá? Y la tercera Parca recoge la cuerda y arroja tras sí uno de los extremos mientras canta: -Wotan está sentado en su sala del palacio construido por los gigantes, rodeado de héroes y de dioses. Amontonada está la madera del que fuera fresno del mundo. Si llega a arder, habrá llegado el momento del fin de la eternidad de los dioses. Seguid hilando, hermanas. Recogen la cuerda y la más anciana la ata a la rama. Vuelve a creer que amanece y como no acierta a distinguir lo pasado, pregunta por la suerte de Loge. La segunda Parca le responde que el poder de Wotan le obligó a rodear de fuego la roca de Brunilda; la tercera agrega que los pedazos de la destrozada lanza se los hundió en el pecho Wotan, brotando de la herida un fuego devorador, en el cual arrojó el dios las astillas del fresno del inundo. Si buen hilando las Parcas y la cuerda va y viene; pero la segunda se da cuenta de que se enrosca con dificultad en la roca y canta: -Los bordes de la piedra cortan la cuerda; los hilos no se alargan y el tejido está enredado. Envidioso, lo roe el anillo del Nibelungo y la maldición c e la venganza destroza las hebras de mi labor. La tercera Parca recoge precipitadamente la cuerda y la halla demasiado floja. No le bastará para señalar el Norte; tendrá que tirar de ella. Y al hacerlo la cuerda se rompe en el medio. Las Parcas asustadas se unen entre sí y se ciñen con los pedazos de la cuerda. La noche ha ido poco a poco develándose y el claro día irrumpe por sobre las montañas. -¡Se acabó el sabor eterno! -dicen quejum- brosas las Parcas-. ¡Nada podemos anunciar al inundo! ¡Bajemos al seno de nuestra madre! -y descienden en busca de Elda. Con la aurora naciente, Sigfrido y Brunilda salen de la gruta. Brunilda lleva su caballo de la brida y lamenta tener que abandonarlo. Ha perdido su condición divina y, con ella, su sabiduría; pero le queda cl amor. Ruega al joven que no la olvide en sus andanzas por el inundo. Sigfrido promete vivir para y por Brunilda, y como símbolo de su fidelidad le regala cl anillo mágico que arrancara de los tesoros del dragón después de matarlo tras ruda lucha. Narra a Brunilda su hazaña y su júbilo extraño al darse cuenta que entendía el lenguaje del pájaro guía. Brunilda, en cambio de su obsequio, le regala su corcel, el mismo con el cual cabalgaba sobre las nubes llevando los héroes muertos en combates. Por donde vaya, Grane lo conducirá impávido; a través del fuego, del agua, de la tormenta, del bosque. Sigfrido quiere marchar en pos de hazañas heroicas llevando el amor y el recuerdo de Brunilda consigo; la joven lo anima y le promete aguardar su regreso victorioso. -¡Salud a ti, Brunilda! ¡Estrella luminosa! -¡Salud a ti, Sigfrido! Luz vencedora! Y en la mañana transparente se recorta la figura hermosa del joven héroe que se pierde en la lejanía llevando al caballo de la brida. A la distancia se despide haciendo sonar su bocina de plata; y los valles repiten agrandado el eco. Lejos, el Rhin corre presuroso hacia cl mar. Aguas arriba, sobre altas rocas y frente a bosques tupidos que bordean las márgenes, se alza la vieja morada de los Guibijundos. En su sala de armas rodean una mesa los dueños de la casa: Gunther, Gutruna y Hagen. Hagen elogia la propiedad de su hermano Gunther, mientras éste alaba su ciencia. Hagen les dice a sus hermanos que los encuentra en edad y en condiciones de casarse; y ante la sorpresa de ellos les propone matrimonio con dos seres extraordinarios. Para Gunther, la más bella de las mujeres; para Gutruna, el más valiente de los héroes. Cuenta a Gunther que sabe de una hermosa mujer que duerme en una roca circundada de alto luego inaccesible; sólo un héroe que no conozca el miedo podrá arrancarla de su extraña prisión. Tal mujer debe ser para Gunther y tal héroe para Gutruna. Pero, aducen sus hermanos, ¿cómo podrá conseguirse que el héroe ame a Gutruna y la joven a Gunther? Hagen da a conocer los nombres: Sigfrido es el más osado de los héroes, y Brunilda es la mujer que espera ser salvada de las llamas. Y ante el asombro temeroso de sus dos hermanos, Hagen planea la forma de destruir lo que el valor y el amor han creado naturalmente. Y la insidia se afirma y crece con la sugerencia que Hagen hace a su hermano Gunther, de que invite a Sigfrido a su castillo, pues se sabe que el héroe navega a lo largo del Rhin en busca de hazañas y en alas de un amor. Al ser huésped de la morada de los Guibijundos, puede Gutruna darle a beber un brebaje que le haga olvidar su amor por Brunilda y, en cambio, amarla a ella. De ese modo ambos berma, nos podrán cumplir sus deseos uniendo sus vidas con la más bella mujer y el más valiente de los héroes. Remontando el Ruin y abriendo un surco trémulo avanza una embarcación; de pie en ella va un hombre de erguida y noble planta y un caballo de guerrero. El sol ilumina el casco del hombre y la rubia cabellera que cae sobre los hombros; las barrancas del río repiten el eco de su jubiloso canto de guerra. Es Sigfrido que viaja por el Rhin, embriagado por el recuerdo de su amor, decidido su ánimo para lograr hechos heroicos. La luz del inundo, la alegría de los pájaros, el rumor de las aguas, el temblor del viento y el susurro de las hojas acompañan el paso del héroe con una sinfonía de matices sutiles. El canto del hombre llena el ámbito y la naturaleza se sume en silencio para recogerlo. Cuando la embarcación llega frente a la casa de los Guibijundos ,los hermanos miran el paso de Sigfrido por el río; Hagen, desde la orilla, llama al viajero. -;Dónde vas, héroe insigne? -A buscar al poderoso hijo de Guibij. -Te ofrezco su morada - responde Hagen-. ¡Atraca aquí! Gira Sigfrido su embarcación y salta a tierra con su caballo. Gutruna ha visto al héroe desde lejos e impresionada por su apostura escapa a su habitación. Sigfrido pregunta por el famoso Guibijundo cuya fama oyó mentar a todo lo largo de su viaje por el Rhin. -¡Yo soy! - dice Gunther. -Desde muy lejos, en el Rhin, oí alabar tus hechos. Vengo a combatir contigo o a ofrecerte mi amistad. Gunther ofrece su amistad y su morada; sus bienes, sus tierras, sus vasallos y aun su persona. Sigfrido acepta y ofrece lo único que posee: su persona y su espada. Pero Hagen le recuerda que posee el tesoro del nibelungo, respondiendo el héroe que todo ello lo dejó abandonado en una gruta, llevando con él solamente el casco, cuya virtud ignora. Entonces Hagen le hace conocer el mágico poder del casco; con él puede adoptar cualquier forma y trasladarse donde quiera. Le pregunta luego por el anillo, respondiendo el héroe que una mujer sublime lo guarda consigo. En tal instante aparece Gutruna trayendo un cuerno lleno de licor; ante el héroe expresa su bienvenida. Sigfrido bebe dedicando un pensamiento previo a Brunilda y a su amor; es su primera libación y en ella jura anearla para siempre. Pero después de haber probado cl brebaje se siente transformado; una súbita pasión por Gutruna lo domina y bajo su impulso, irreflexiblemente, pide a Gunther se la ceda por esposa. Ante tal petición el Guibijundo le habla de una mujer que le aguarda dormida en una roca y cercada por el fuego; su nombre es Brunilda. El héroe parece recordar algo, pero el licor bebido le impide tener clara su mente. Sólo atina a prometer, cuando Gunther le habla de la barrera llameante que no podrá pasar, que él, el héroe invencible, la atravesará y traerá la mujer al Guibijundo, siempre que le conceda a Gutruna. No le será difícil; utilizará el poder mágico de su casco, tal como se lo enseñara Hagen. Sigfrido y Gunther sellan el pacto de la amistad haciéndose una cortadura en sus brazos y mezclando la sangre en una vasija y luego bebiéndola. Unidos quedan, entonces, en fraternal amor; si uno de los dos rompe el juramento, la sangre bebida brotará a torrentes de su pecho. Hagen no ha querido tomar parte en el juramento; su diabólico plan lo anima en todo momento. Y es tal la ansiedad que el brebaje provoca en Sigfrido que quiere partir de inmediato para conquistar a la mujer que duerme dentro de un círculo de fuego y cedérsela a Gunther; Gutruna debe ser el premio a su hazaña. Hagen y Gutruna ven partir a los dos guerreros y mientras la mujer corre a su cuarto llena ele alegría, Hagen medita en los hechos consumados y se prepara para apoderarse del anillo del nibelungo que arrancará a Brunilda. La joven desposada permanece aún en la gruta e donde viera partir a Sigfrido; pasa sus horas en la espera mirando de vez en cuando el anillo, regalo del héroe. En un momento dado siente el lejano galope de un caballo que poco a poco va acercándose. Un instante después oye la voz de su hermana, la walkyria Waltrauta. -¡Brunilda, hermana! ¿Duermes o estás despierta? ... Y Brunilda corre a su encuentro con alegría. Supone que sólo por cariño a ella ha podido quebrantar la prohibición de verla impuesta por Wotan. Y con exaltación le habla ele su felicidad presente. -¡El héroe más valiente me ha hecho su esposa! ¿Deseas mi suerte? ¿Quieres compartir mi dicha? -le pregunta. -Otra cosa ha sido lo que me ha obligado en mi angustia a buscarte, desobedeciendo a Wotan. Y muy preocupada le cuenta que desde que se separó de Brunilda, Wotan no las conduce al combate; no quiere encontrarse con los héroes del Walhalla. Solo y sin descanso viaja por el mundo a caballo. Una vez llegó con su lanza rota y, entonces, ordenó derribar el fresno del mundo y amontonar en el recinto sagrado los pedazos. Luego convocó a los dioses y a los héroes que acongojados llenaron la estancia. Sentado, sin probar las manzanas de Holda, mudo e inmóvil, mandó a dos de sus cuervos a un largo viaje. Una vez volvieron con buenas noticias; luego otra, y fue la última, y por última vez sonrió el dios eterno. Angustiadas le miraban las walkyrias; una, Waltrauta, se reclinó en su pecho y entonces murmuró el dios: -Si Brunilda devolviese el anillo a las hijas del Rhin, libertaría al dios y al mundo de su maldición. - La walkyria abandonó la asamblea sin ser vista, montó a caballo y a escape salió en busca de Brunilda. Ya junto a ella le ruega desprenderse del anillo maldito que luce en su mano y devolverlo a las hijas del Rhin. -¡Oh!, no sabes lo que para mí representa este anillo -responde Brunilda-. Constituye para mí más que las delicias del Walhalla, más que la gloria de los dioses eternos, porque en él brilla para mí el amor divino de Sufrido. Ve y dile a los dioses que no lo obtendrán aunque se derrumbe y desaparezca el Walhalla. E invita a alejarse a su hermana. -¡Oh, dolor! -dice Waltrauta-. ¡Desgraciada de ti, hermana! ¡Desgraciados los dioses del Walhalla! Y sin despedirse de su hermana abandona cl lugar y luego se oye cl galope de su corcel que se aleja. Brunilda, de pie en la roca, ve acercarse la noche; el crepúsculo se adensa y su penumbra hace brillar más las llamas que protegen a la joven En la paz del anochecer se oye clara y distinta la llamada de Sigfrido; sale gozosa a recibirlo. Un guerrero aparece; atraviesa sin temor las llamas y se adelanta a Brunilda; es Sigfrido con su casco, pero bajo la apariencia de Gunther. -¡Brunilda! ¡Hasta aquí vino quien no terne al fuego! ¡Sígueme y sé mi esposa! -¡Traición! -grita Brunilda-. ¿Quién eres? Sólo un brujo pudo escalar la piedra. ¡Volando llega un águila a despedazarme! ¿Quién eres tú, horrible aparición? ... -Gunther, un Guibijundo - responde Sigfrido. -¡Wotan, dios cruel! ¡Comprendo ahora tu venganza! -gime Brunilda-. ¡Me entregas al dolor y a la vergüenza! -Contigo he de desposarme en tu morada -agrega el guerrero. Grita horrorizada Brunilda y le amenaza con el poder de su anillo. El guerrero se arroja sobre ella y se lo arranca mientras la joven cae rendida por la lucha. -¡Ya eres mía, Brunilda, esposa de Gunther! -le dice el guerrero y la obliga a entrar en la gruta con ademán imperioso. A solas el falso Gunther dice mirando su espada: -Ahora, Nothung, eres testigo de que honestamente logré a esta mujer guardando fidelidad al hermano.- Y penetra decididamente en la gruta. El Rhin se ilumina con la luz lunar y las aguas marchan murmujeando a través de las tierras boscosas de la vieja Germania. Aguas arriba, frente a la morada de los Guibijundos, Hagen está dormido en su umbral. Ante él, Alberico, el rey de los nibelungos, se ha aparecido y sentándose le habla así, en sueños: -¿Duermes, Hagen, hijo mío? -Te oigo, enano - responde sin moverse Hagen. Y el nibelungo con voz cargada de odio le incita a proseguir en su aversión a la alegría y a la gente jovial; de ese modo podrá amarle mejor a él, que es su padre. Luego le cuenta cómo un welsa, de la estirpe de Wotan, ha derrotado al dios y cómo toda la generación de los dioses ve acercarse s u próximo fin. La herencia del mundo será de ellos si Hagen le es fiel. El welsa rompió la lanza de Wotan después de vencer al dragón; ante ese héroe se postra el Walhalla y el país de los nibelungos. Pero ese héroe ignora el valor del anillo que posee; sonríe y sólo vive para el amor. Es necesario recobrar ese anillo, pues ahora lo posee una mujer, Brunilda, y hay que evitar que ella le aconseje que lo devuelva a las ondinas del Rhin. Es preciso que antes lo recobre Hagen. Y el enano hace jurar en sus sueños a Hacen, desapareciendo luego y hundiéndose en las sombras. Amanece. Las brumas se alejan y brillan las aguas del río a la luz del alba. Abriéndose paso entre los matorrales de la ribera aparece Sigfrido, que llega presuroso en busca de Gutruna. Sale al encuentro Hagen y el joven héroe le cuenta el episodio de los desposorios falsos con Brunilda bajo la apariencia de Gunther, el rapto de la misma a través de las llamas y su entrega al Guibijundo. Anuncia que navegan por el Rhin en dirección a la vieja morada de Gunther y recomienda que se reciba con gran alegría a los desposados. Luego se dirige gozoso en busca de Gutruna. Hagen, de pie en la altura de las rocas que bordean el castillo, hace sonar un cuerno de asta de toro y convoca a los vasallos de Guibij. Desde las cumbres y los llanos empiezan a llegar guerreros armados que averiguan el porqué de la llamada de Hagen. -Estad sobre aviso; debéis recibir a Gunther que se ha desposado y conduce a su morada a una hermosa mujer. Debéis hacer inmolaciones a los dioses. Vuestros mejores bueyes a Wotan para que vea correr la sangre; ovejas a la diosa Fricka para que haga feliz la unión, y un jabalí al dios de la alegría. -¿Qué haremos después de inmolar? -Tomad los vasos que os ofrecerán hermosas mujeres, llenos cíe hidromiel, y bebed hasta embriagaros; todo en honor de los dioses y de los desposados. Se oyen exclamaciones de alegría, fuertes risas y gritos de salutación. Divisase a lo lejos la barca que conduce a Brunilda y a Gunther; cuando está frente a la casa algunos vasallos se lanzan al agua y la amarran. Los otros cruzan las armas, en tanto las mujeres se asoman a la entrada de la casa de los Guibijundos. De ella salen Sigfrido y Gutruna a saludar a Gunther y su esposa, y Brunilda al verlos se siente desfallecer, provocando con ello el asombro de los presentes. Frente a Sigfrido, en vano intenta Brunilda despertar en él los dormidos recuerdos y sólo oye palabras de alejamiento y de olvido. Pero cuando reconoce en su mano el anillo de los nibelungos que le fuera arrancado en la malhadada noche pasada, por el presunto Gunther, su indignación es tan grande como su desesperación. Con palabras temblorosas exige de Gunther una explicación. Si él se desposó con ella y le arrancó el anillo, ;cómo es que ahora está en poder de Sigfrido? Los vasallos oyen las protestas emocionadas de Brunilda y se agrupan amenazantes. Hagen cree llegado el mejor momento y aprovechando la angustiosa actitud de Brunilda, el olvido de Sigfrido y la confusión evidente de Gunther, acusa al joven welsa ele traidor y perjuro. Pero los vasallos preguntan a quien se hizo traición y cómo. Presa de un tremendo dolor y agitada por los sollozos, Brunilda clama a los dioses por la ignominia que sufre; ella, que no se conmovió ante la petición ele Waltrauta que le transmitió cl oculto deseo de Wotan cíe que salvara al Walhalla devolviendo el anillo al Rhin, y que se negó a rescatar al inundo de los dioses de su disolución; ella, que condenó a Wotan a morir y que perdió toda su ciencia al desposarse con un mortal, ahora vuelve su rostro desesperado a los divinos seres del Walhalla. En vano Gunther intenta calmarla; Brunilda lo rechaza y lo acusa, a su vez, de traidor, de traidor de sí mismo, y ante el estupor de los oyentes confiesa que está desposada con Sigfrido y no con Gunther. Los vasallos y las mujeres se miran asombrados y se indignan cuando Brunilda acusa ahora a Sigfrido de haber faltado al juramento de fidelidad a Gunther. Y ante la exigencia de los guerreros, Brunilda y Sigfrido juran sobre la punta de la lanza de Hagen; Sigfrido afirmando que no faltó al juramento. Brunilda asegurando que fue perjuro. En medio de la confusión Sigfrido invita a los guerreros a no dejarse llevar por maniobras de mujeres. Los invita a proseguir el banquete y antes de salir, lleno de alegría, con Gutruna, se acerca a Gunther y en vez baja le confiesa el temor de que Brunilda lo haya podido reconocer a pesar del casco mágico. Brunilda lo ve salir con profunda pena, y Gunther, que no ha podido aclarar nada ante sus vasallos, queda lleno de vergüenza junto a ella y Hagen. La dolida esposa lamenta su suerte y llora la pérdida de su sabiduría; las llamas de Loge la protegían en la roca aislada de toda decadencia, pero al arrancarla Sigfrido de allí y arrastrarla a la llanura la ha despojado de todo poder divino y convertido en una indefensa mortal. El amor ha perdido a Brunilda; y ella por amor ha condenado a su vez a los dioses. Al oír sus lamentaciones de abandono y soledad Hagen le ofrece su apoyo para vengar la traición de Sigfrido; sólo con amarga sonrisa recibe tal insinuación Brunilda. ¿Qué mortal podrá abatir la fuerza y la arrogancia del joven héroe? Ella le ha dotado de todos los medios para hacerlo invulnerable; su amor le ha concedido los poderes divinos que ahora le hacen falta a ella. Pero Hagen no ceja; .y con insidiosas preguntas obtiene de Brunilda la confesión de un secreto de Sigfrido: tiene su cuerpo un punto vulnerable en la espalda. Pero el welsa jamás ha dado la espalda en ningún combate; entonces, nadie podrá herirlo de muerte. -¡Allí le herirá mi lanza! -dice Hagen-. ¡Animo, Gunther! Pero Gunther se siente abrumado por la pena y cl oprobio. ¿Cómo lavar esa afrenta? Brunilda lo acusa de cobardía; ¿acaso no se escondió tras el héroe para conquistar nuevas glorias? El Guibijundo rechaza esta última afrenta; no es ni traidor ni vendido, ni engañador ni engañado. Va a vengar tal ofensa y, entonces, pide el apoyo de su hermano. Y de éste sale la condena decisiva; sólo puede lograrse la salvación con la muerte de Sigfrido, que debe pagar con su sangre el perjurio y la traición. Pero, antes -sugiere la perfidia de Hagen-, hay que arrancarle el anillo. Un último escrúpulo se alza para Gunther: ¿podrá darse muerte al esposo de Gutruna? ¿Cómo presentarse luego ante ella? Y recién Brunilda se da cuenta dónde reside el mágico poder que ha embelesado y trastornado a su esposo; por ello, pide que también el dolor hiera el corazón de Gutruna con angustia eterna. No hay, pues, obstáculos que se opongan a la decisión de matar a Sigfrido. ¡Que muera!, piden el dolor de Brunilda, la perfidia de Hagen y el oprobio de Gunther. La sentencia ha sido dada. El gozo de Hagen es indecible; será dueño del anillo, y en su embriaguez invoca a su padre Alberico y al nocturno ejército de enanos para cumplir su obra. La fiesta por la boda de Gutruna prosigue, en tanto; Sigfrido y la nueva esposa aparecen adornados con hojas de encina. La noche cae sobre los bosques y con los suaves tonos del amanecer se apaga la última hoguera y el último grito del festín de los vasallos. El río estira la cinta plateada de su corriente ondulada. Se levanta la bruna y con ella se eleva la lamentación de las ondinas que lloran el oro robado. Tiempos tristes son los presentes; el lecho del río es oscuro y siniestro. Las notas alegres de un cuerno de caza llegan hasta las orillas. Sigfrido aparece en la ribera corriendo tras un oso; pero se detiene a contemplar a las ondinas. Las hijas del Rhin elogian su belleza varonil y le piden su anillo, Pero ante su negativa ríen del héroe porque es avaro y porque tiene miedo de su mujer; si no arrojaría el anillo sin titubear. Sigfrido no cree en las palabras de ellas y no les arroja la joya; entonces las ondinas le narran la terrible tradición del anillo y el dolor y la muerte que su posesión ha causado. Tampoco Sigfrido cree en sus amenazas y lanza su desafío al destino. Al verle enajenado huyen horrorizadas las ondinas, cantando su última lamentación ante el obcecado joven que habiendo podido salvarse de la desventura se queda con el anillo. Oye Sigfrido la llamada de los cazadores y en respuesta hace sonar su cuerno. Bajan las barrancas del Rhin, Hagen y los cazadores; beben y se echan a descansar. Tendido entre Gunther y Hagen, Sigfrido bebe y cuenta sus hechos. Tentado estuvo de matar dos cuervos que le anunciaron su muerte; luego narra sus proezas juveniles, su vida al lado de Mime, su decisión de forjar de nuevo a Nothung, la lucha con el dragón y, más tarde, su proeza al conquistar a través de una barrera de fuego a una mujer divina, a la que desposó. En ese momento dos cuervos salen de los matorrales y revolotean sobre el héroe; éste se incorpora y los sigue con la mirada sin comprender su anuncio. Y en ese instante, vuelta su espalda a Hagen, recibe el golpe de lanza a traición. Gunther y los cazadores miran aterrorizados mientras Sigfrido se desploma. -¡Tomo venganza de un perjuro! -dice, y abandona cl lugar. Gunther, conmovido frente a los vasallos contristados, sostiene a Sigfrido. Un silencio enorme se ha extendido sobre los hombres y la tierra. El héroe agoniza, y en su morir va recobrando su recuerdo y palabras ele amor para Brunilda van brotando de su garganta. -¡Brunilda, esposa sagrada! ¡Despierta, abre tus ojos! ¡Oh, esos ojos tuyos; quién me diera verlos siempre abiertos! ¡Oh, muerte dulce!... ¡Brunilda me saluda amantísima! Los guerreros han colocado el cuerpo moribundo sobre el escudo y marchan a través de la selva en fúnebre cortejo; la noche se ha volcado sobre la naturaleza; la luna se asoma por entre la fronda de los árboles y su fría y verdosa lumbre aclara el sendero. La bruma ha descendido sobre el Rhin y el silencio pesado de los duelos vela al héroe. En la morada de los Guibijundos las mujeres esperan. El río brilla a lampazos cuando la luz de la luna rompe la niebla. Gutruna ha salido al sentir el relincho del caballo de Brunilda que se dirige al río; en la oscuridad siente crecer su miedo. Luego la voz de Hagen le llega desde cerca: -¡Despertad! ¡Traed luces y alumbrad! ¡Traemos un buen botín de caza! ¡A su casa vuelve el héroe! ¡Salúdalo, Gutruna! Los vasallos y las mujeres han salido con hachones encendidos al encuentro del cortejo. Gutruna ve inanimado a Sigfrido e increpa a sus hermanos por el asesinato que adivina. Gunther se defiende y Hagen se vanagloria de su crimen; a gritos exige el precio de la muerte: el anillo del nibelungo. Gunther, entonces, lo acusa de querer despojar a Gutruna de su herencia; se traban en lucha los hermanos y Gunther muere en manos de Hagen en medio del horror de los cazadores. Luego se lanza sobre el cadáver de Sigfrido para arrancarle cl anillo; pero la mano del muerto se alza amenazadora. -¡Cesad en vuestros llantos! ¡Su esposa llega a vengar la traición! -se oye dominadora la voz de Brunilda. Ante ella Gutruna la acusa de ser la causa de las desventuras; pero Brunilda proclama su derecho de esposa única y primera. Y con ademán majestuoso se dirige a las demás mujeres: -¡Alzad una pira a orillas del Rhin y que sus altas llamas se eleven brillantes porque han de consumir al más sagrado de los héroes! ¡Traed su corcel! Los jóvenes y las mujeres levantan la pira y la adornan con flores y tapices; luego los guerreros llevan el cuerpo de Sigfrido, y Brunilda le saca el anillo. Ella lo devolverá a las ondinas del Rhin. De las cenizas lo recogerán, pues Brunilda quiere arder en los leños que consumen el cuerpo del héroe. Conmovida y fuerte toma una antorcha y pone fuego a la pira. Invoca a los cuervos sagrados de Wotan y los conmina a que narren a su señor los dolores padecidos y, al pasar por la roca que aún vela Loge, le ordenen que regrese al Walhalla. Los cuervos remontan vuelo y entonces Brunilda se dirige a los mortales que han presenciado su padecer. -¡Raza poderosa de los hombres! ¡Vida en flor, que veréis a Sigfrido y a Brunilda consumidos por las llamas y devuelto el anillo al Rhin! ¡Mirad hacia el norte! ¡En la oscuridad de la noche veréis brillar en el cielo un resplandor vivísimo; es un incendio de llamas aterradoras que no olvidaréis jamás! ¡Es el ocaso de los dioses, el fin del Walhalla que se desploma bajo la llama del fresno del mundo! Quedareis sin dioses y sin dominadores. Pero en cambio yo os daré el tesoro más sublime de mi ciencia divina; he aprendido a saber que la felicidad no consiste ni en la posesión del oro, ni en los bienes, ni en la pompa y el poderío; ni en los lazos que atan pactos traidores ni en las costumbres hipócritas. En la alegría como en el dolor no hay más que una sola fuente de felicidad para cl hombre: el amor. ¡Sólo el amor nos da la verdadera vida y la eternidad! Las palabras de Brunilda golpean los corazones de los guerreros; traen el caballo Grane y la walkyria monta y se arroja al fuego. Las llamas se alzan altas y temblorosas; chisporrotea la pira y un humo rojizo y espeso se cierne sobre ella. Luego decrece cl fuego y la neblina ardorosa queda flotando. El Rhin se desborda y las aguas van cubriendo los restos humeantes. Guerreros y mujeres se refugian aterrorizados en lo alto de la casa de los Guibijundos mientras las ondinas avanzan con las olas. Hagen, endurecido y perverso, sólo se conmueve ante la posible pérdida del anillo. Se arroja al agua para disputarlo a las ondinas y las hijas del Rhin lo hunden y lo arrastran a las profundidades. Volverá el oro a irradiar su esplendor en el fondo torrencial del río. Hacia el norte, en el sombrío horizonte, un resplandor rutilante, corno una fantástica aurora boreal, incendia el cielo. Arde en fuego devorador el Walhalla y los dioses desaparecen en su seno; se borra de los mortales el recuerdo de los inmortales. Libres quedan los hombres y redimidos por el sacrificio de Wotan. Brillando en el fondo sombrío de la incertidum- bre humana quedan las palabras esperanzadas Brunilda. El inundo de los hombres queda sin c minadores; pero el hombre debe buscar por sí lo la senda de su destino, alumbrado por una luz divina, no la del poderío y la riqueza, sino la del amor. Sélo el amor traerá la dicha y la eternidad a la raza liberada a través del holocausto de 1os héroes y de los dioses inmortales.
0 Comentarios