I EL MARAVILLOSO NACIMIENTO DE WAINAMOINEN
He aquĆ que en mi alma se despierta un deseo, que en mi cerebro surge un pensamiento: quiero cantar, quiero modular mis palabras entonando un canto nacional, un canto familiar. Las frases se derriten en mi boca, los discursos se atropellan; desbordan mi lengua, se expanden alrededor de mis dientes.
AntaƱo, mi padre me ha cantado esas mismas palabras tallando el mango de su hacha; mi madre me las enseĆ±Ć³ haciendo girar el huso. Yo entonces no era mĆ”s que un niƱo, una pobre criatura inĆŗtil que se arrastraba por el suelo a los pies de la nodriza, con la barbilla goteante de leche. Pero hay otras palabras ademĆ”s: palabras que yo he recogido en las fuentes de la ciencia, encontrado a lo largo de los caminos, arrancado entre las malezas, desgajado de los Ć”rboles en las altas ramas y amontonado al borde de los senderos, cuando en mi infancia iba a guardar los rebaƱos entre los pastizales con arroyos de miel y las colinas de oro.
TambiĆ©n el frĆo me ha cantado versos y la lluvia me trajo sus runas ; los vientos del ciclo y las olas del mar me han hecho oĆr su poema; los pĆ”jaros me enseƱaron su trino, y los Ć”rboles desmelenados me han invitado a sus conciertos.
¡SĆ! Yo cantarĆ© un canto magnĆfico, un canto esplĆ©ndido, cuando haya comido el pan de centeno y haya bebido la Ć”spera cerveza. Y si la cerveza me falta, mi lengua seca invocarĆ” al rocĆo; y cantarĆ© para alegrar la noche, para celebrar el esplendor del dĆa. ¡CantarĆ© hasta la aurora para brizar la salida del sol!
Ćrase una vez una virgen; una hermosa virgen, LuonnĆ³tar , hija de Ilma. VivĆa, desde hacĆa largo tiempo, casta y pura, en medio de las vastas regiones del aire, de los inmensos espacios de la bĆ³veda celeste.
Pero he aquĆ que un dĆa comenzĆ³ a sentir el hastĆo de las horas, a fatigarse de su virginidad estĆ©ril, de su existencia solitaria en las llanuras del aire, tristes y desiertas.
Y descendiĆ³ de las altas esferas, y se lanzĆ³ en la plenitud del mar, sobre la grupa blanca de las olas.
Entonces un viento impetuoso, un viento de tempestad, soplĆ³ de oriente; el mar se hinchĆ³ y se agitĆ³ en oleajes.
La virgen fue arrastrada por la tempestad, flotando de onda en onda, sobre las crestas coronadas de espuma. Y el viento salobre vino a acariciar su regazo. Y el mar la fecundĆ³.
Durante siete siglos, durante nueve vidas de hombre, llevĆ³ la carga de su gravidez. Y aquel que habĆa de nacer no nacĆa. Y aquel que nadie engendrĆ³ seguĆa sin ver la luz.
La virgen nada; nada hacia oriente y occidente, al noroeste y al sur, por las riberas del aire. Espantosos dolores le queman las entraƱas. Pero aquel que habĆa de nacer no nace y aquel que nadie engendrĆ³ sigue sin ver la luz.
La virgen llora dulcemente y dice: "¡Ay, desdichada, quĆ© tristes son mis dĆas! ¡quĆ© errante es mi vida, pobre de mĆ! ¡Siempre y en todas partes, bajo la inmensa bĆ³veda del cielo, empujada por el viento, arrastrada por las olas en el seno de este vasto mar sin lĆmites! ¡Oh, Ukko, dios supremo : tĆŗ que sostienes el mundo, ven a mĆ, socĆ³rreme! ¡ApresĆŗrate a mi llamada! ¡Libra a esta doncella de sus angustias, a esta mujer del dolor de sus entraƱas! ¡Ven, ay, acude pronto; tu ayuda se me hace necesaria mĆ”s y mĆ”s!"
Un corto espacio transcurriĆ³. Y de repente un Ć”guila de amplias alas tiende el vuelo. Surca los aires con estrĆ©pito, buscando un lugar para su nido. Vuela a oriente y occidente, vuela al noroeste y al sur, pero no encuentra un rincĆ³n donde construir nidal.
Vuela de nuevo; despuĆ©s se detiene; y piensa y medita: "¿QuĆ© lugar elegirĆ©, el viento o el mar? El viento derribarĆ” mi casa, el mar la tragarĆ”".
Y he aquĆ que entonces la virgen del aire levantĆ³ su rodilla por encima de las olas, ofreciendo asĆ al Ć”guila un lugar para su nidal bienamado.
El Ć”guila ilustre suspende el vuelo; divisa la rodilla de la hija de lima y la toma por una verde colina, por un cerro de fresco cĆ©sped. Lentamente vacila en el aire. Al fin, se lanza sobre la punta de la rodilla y allĆ construye su nido. Y en ese nido deposita seis huevos. Seis huevos de oro y un sĆ©ptimo de hierro.
El Ć”guila se pone a incubar sus huevos, un dĆa y otro dĆa, y casi un tercer dĆa. Entonces la hija de lima sintiĆ³ un calor ardiente en su piel. ParecĆa que su rodilla era una brasa, que todos sus nervios se derretĆan.
Y replegĆ³ vivamente la rodilla, sacudiendo todos sus miembros. Y los huevos rodaron al abismo y se estrellaron contra las olas.
Pero no se perdieron en el fango ni se mezclaron con el agua. Sus pedazos se convirtieron en las mĆ”s bellas cosas. AsĆ:
"De la parte inferior de los huevos se formĆ³ la tierra, madre de todos los seres; de su parte superior el sublime cielo; de sus trozos amarillos el radiante sol; de sus trozos blancos la luna resplandeciente; de las cascarillas jaspeadas se hicieron las estrellas; y los trozos oscuros fueron los nubarrones del aire".
Y el tiempo avanzĆ³ y los aƱos se sucedieron, porque el sol y la luna habĆan comenzado a brillar. Pero la hija de lima continuaba errante todavĆa sobre la vastedad del mar, sobre las olas vestidas de niebla. Debajo de ella, la hĆŗmeda llanura; encima de ella, el claro cielo.
Y al noveno aƱo, en el dĆ©cimo estĆo, levantĆ³ la cabeza sobre las aguas y comenzĆ³ la creaciĆ³n en torno suyo.
Donde tiende su mano, hace surgir promontorios; donde tocan sus pies, cavan hoyos para los peces; donde se sumerge, hace mĆ”s profundos los abismos. Cuando roza de flanco la tierra, aplana las riberas; cuando tropieza con ella su pie, nace el socavĆ³n fatal para los salmones; cuando las golpea de frente, abre los golfos.
DespuĆ©s toma impulso y se interna en la alta mar. AllĆ crea las rocas, y pare los escollos para el naufragio de los navĆos y la muerte de los marineros.
Ya las islas emergen de las olas, los pilares del aire se yerguen sobre sus bases, la tierra nacida de una palabra despliega su masa sĆ³lida, las venas de mil colores aran la piedra y esmaltan las rocas... Y Wainamoinen no ha nacido todavĆa, el runoya de la eternidad .
El viejo, el impasible Wainamoinen, esperĆ³ en el vientre de su madre durante treinta estĆos, durante treinta inviernos, sobre el inmenso abismo, sobre las olas nebulosas.
Meditaba profundamente preguntĆ”ndose en su interior cĆ³mo le serĆa posible existir y pasar su vida en aquel sombrĆo retiro, en aquella estrecha mansiĆ³n, donde jamĆ”s ni el sol ni la luna dejaban penetrar su luz.
Y clamĆ³: "¡Rompe mis ligaduras, oh luna! ¡libĆ©rtame, oh sol! Y tĆŗ, radiante Ć³tawa , enseƱa al hĆ©roe a franquear estas desconocidas puertas, estos infrecuentados caminos, a salir de este reducto oscuro, de este abrigo asfixiante. Conducid sobre la tierra al viajero, al hijo del hombre bajo la bĆ³veda del aire, para que pueda contemplar el sol y la luna, y admirar el esplendor de Ć³tawa, y gozar la luz de las estrellas".
Pero la luna no rompiĆ³ sus ligaduras, ni el sol le dio la libertad. Entonces Wainamoinen sintiĆ³ el hastĆo de los dĆas y la fatiga de su vida. Y golpeĆ³ vivamente la puerta de la fortaleza, con el dedo sin nombre . ForzĆ³ el muro de hueso con el dedo mayor del pie izquierdo, y se arrastrĆ³ con las uƱas fuera del umbral, y sobre las rodillas fuera del vestĆbulo.
Y ahora, helo ahĆ, sumergido en el abismo hasta la boca y hasta la punta de los dedos. El poderoso hĆ©roe continĆŗa sometido al poder de la onda.
Durante cinco aƱos, durante seis aƱos, durante siete y ocho aƱos, se vio arrastrado de ola en ola. Al fin se detuvo en un cabo desconocido, sobre una tierra desnuda de Ɣrboles.
AllĆ, ayudĆ”ndose con las rodillas y los codos, se irguiĆ³ cuan alto era, y se puso a contemplar el sol y la luna, a admirar el esplendor de Ć³tawa y a gozar la luz de las estrellas.
AsĆ naciĆ³ Wainamoinen, asĆ fue revelado el ilustre runoya. Una mujer lo llevĆ³ en su seno. La hija de lima lo trajo al mundo.
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