"¿Qué seguridad puede haber para las iglesias de Gran Bretaña sin San Cutberto no defiende la suya?" Así se exclamaba un consejero inglés de Carlomagno ante la noticia del saqueo vikingo de la iglesia de Lindisfarne, consagrada a san Cutberto, en 793.
DESEMBARCOS POR SORPRESA
Durante la travesía, los guerreros vikingos más prominentes se situaban en la proa del barco. A bordo del navío del jefe de la expedición y en un puesto destacado se colocaba un guerrero elegido por su notoriedad y valentía, al que se encargaba portar el fáni, la bandera de guerra; junto a él se situaba el stallare, lugarteniente del jefe y su hombre de máxima confianza.
La travesía no era ningún crucero de placer. El espacio a bordo de un barco vikingo era muy reducido, y como además las naves debían transportar una voluminosa impedimenta, es obvio que los combatientes viajaban hacinados. Hay que tener en cuenta que la distancia entre los barcos de remeros era de menos de un metro. Además, no debía ser tarea fácil mantener unida una flota compuesta a veces por casi un centenar de naves de muy distintas características, a lo largo de una travesía por las siempre impredecibles aguas del Norte.
El desembarco en tierra firme debía de ser para los expedicionarios como una liberación. Normalmente, los invasores establecían una cabeza de puente en un lugar poco accesible, por ejemplo, una isla cercana a la costa. Los vikingos eran insuperables en el arte de las construcciones defensivas y en pocas horas podían fortificar sus campamentos con ingeniosos sistemas de protección que obligaban a los contrarios a luchar en condiciones de inferioridad. Ello era tanto más necesario cuanto tenían que invernar en un territorio hostil, guardar el fruto de sus rapiñas y resistir a un enemigo que muchas veces les superaba en número.
Llegaba entonces el momento de lanzar su ataque. la estrategia militar de los guerreros escandinavos se basaba en la sorpresa y el terror, lo que les permitió enfrentarse con éxito a fuerzas teóricamente más poderosas. Así una vez en tierra, requisaban los caballos de la población para realizar incursiones por el interior del país. Su gran ventaja táctica consistía en su movilidad y rapidez, que les permitía llevar a cabo ataques por sorpresa y que al mismo tiempo les confería una gran libertad para actuar en territorios que les eran desconocidos.
En caso de llegar a tener que enfrentarse con un ejército enemigo en campo abierto, ponían en práctica diversas tácticas de combate. Una de ellas, de tipo defensivo, era la formación llamada "el muro de escudos", en la que cada guerrero colocaba su escudo de forma que solapaba con el del vecino, creando de este modo una línea impenetrable. Otra formación era la llamada svinefilking, “la formación del cerdo”. Según las sagas, fue inventada por el propio Odín, el dios escandinavo de la guerra y de la sabiduría, y estaba compuesta por secciones de guerreros colocados a modo de cuña, seguidos de grupos de arqueros y honderos.
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