La leyenda de Rosamund

LA LEYENDA DE ROSAMUNDA
JOAQUÍN DE ENTRAMBASAGUAS

«La leyenda de Rosamunda» se publicó por primera
vez en «Amigos de Zorrilla», Valladolid, 1931 (páginas
59-101), y luego, corregida y aumentada, en «Revista Bibliográfica
y Documental», Madrid (T. III [1958], páginas
339-389), haciéndose una edición aparte de veinticinco
ejemplares. Al incorporarse a este volumen, ha sufrido
las debidas correcciones y adiciones.


NOTICIA PRELIMINAR


Henos aquí ante una leyenda digna de que Shakespeare hubiera escrito sobre ella una de sus geniales creaciones. Leyenda nacida del siglo VI al VIII, cuando todavía quedaban pervivencias esporádicas de las ruinas clásicas y la Europa Occidental se disponía a dormir en lo más lóbrego de la noche medieval, soñando con el amanecer del Renacimiento. Leyenda de venganza, de pasiones tan tenaces e indomables, que acaban por petrificar los corazones de sus personajes, convirtiéndoles más en símbolos deshumanizados que en caracteres vitales...

Esta es la impresión que produce el argumento, cuyo esquema voy a dar al lector, advirtiéndole que su desarrollo, su realización, los nombres mismos de sus personajes, sufren inevitables variaciones en el transcurso del tiempo, que ya expondré cuando lo crea oportuno. Y sin más dilaciones, juzgúese de esta trágica historia:
Rosamunda hija de Cunimundo, rey de los Gépidos, se ha desposado con Alboino, rey de los Longobardos o Lombardos, que había hecho prisionera al vencer a aquéllos.
Durante un banquete, y excitado por las libaciones, obliga Alboino a Rosamunda a beber con él en una extraña copa que usa siempre. La reina llega a saber —por medios que varían, según las versiones de la leyenda— que la copa en que ha bebido no es otra cosa que el cráneo de su propio padre, Cunimundo, así transformado por Alboino para brindar por sus victorias.

Entonces Rosamunda olvida todo sentimiento de respeto ante el ardiente deseo de tomar feroz venganza por la ofensa que ha recibido, y para ello logra que uno de los guerreros de su marido —en este punto varían mucho las distintas versiones de la narración— mate al rey. Rosamunda, cometido el crimen, se une al asesino.
Más tarde, un nuevo amor que nace en Rosamunda la impele a deshacerse de su cómplice y le envenena, pero, como el efecto del tósigo es muy rápido, conoce la víctima, antes de morir, el propósito de la reina lombarda, y poniéndole una espada al pecho, la obliga a beber el resto del veneno, muriendo los dos.
¿Me equivoqué al decir que hubiera dado esta leyenda, dramatizada por Shakespeare, una obra realmente asombrosa? Creo que no. Es seguro que el lector, al conocer la figura de Rosamunda, engrandecida perversamente por el espíritu de venganza —la venganza implacable que late medular a través del argumento, como en el cantar de gesta de los Infantes de Lara— tendrá presente de continuo el tenebroso recuerdo de Lady Macbeth, también grandiosa y perversa en su ambición inextinguible.

Pero si a la leyenda de Rosamunda no le cupo la suerte de ser inmortalizada por el gran dramaturgo inglés, es interesante, sin embargo, el estudio de su evolución y de sus interpretaciones literarias en el transcurso de mil cuatrocientos años . Los datos presentan particularidades curiosas.
Al tratar de realizar esto en las páginas que siguen, claro es que no he tenido la ridícula pretensión de haber agotado el tema, pero sí el buen deseo de que mi trabajo sea un avance útil para realizar algún día un estudio completo sobre la leyenda de Rosamunda.


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