La Leyenda de Amleto- Continuación parte III

5. TRADUCCIÓN

Después de pasar tres años en valientes acciones guerreras entrega a
Rórico los abundantes despojos y el espléndido botín, para aumentar con
ello su grado de amistad. Apoyado en ella obtuvo en matrimonio a su hija
Geruta, de la cual nació su hijo Amleto.
Consumido por la envidia de tanta felicidad, decidió Fengón acosar a su

hermano con insidias, pues ni de los parientes se halla a salvo la virtud. Y al
presentarse la ocasión propicia para el asesinato, sació con sanguinaria mano
sus funestos deseos. Apoderándose además de la mujer de su difunto hermano,
añadió el incesto al crimen. Pues quien se entrega a una fechoría suele
precipitarse a menudo en otra; la una es incitamento de la otra. Pero éste urdió
la atrocidad del hecho con tanta habilidad y astucia que excuso el crimen
simulando benevolencia y suavizó el parricidio alegando piedad. Pues decía
que había matado a su hermano para liberar a Geruta, quien, aunque era de
tal mansedumbre que era incapaz de causar el más mínimo daño a nadie,
sentía sin embargo un vivísimo odio hacia su marido, y porque le parecía indigno
que una mujer tan dulce y sin malicia soportase la terrible fiereza de su
esposo. Y su persuasión no careció de resultados. Pues ni entre los príncipes
carece de error la confianza, algunas veces se da en ellos crédito a los truhanes
y honor a los envidiosos. Y no dudó Fengón en entregar sus manos asesinas
a caricias ignominiosas, continuando el delito de doble impiedad con crimen
semejante.
Viendo esto Amleto y actuando con gran prudencia para no atraer sobre
sí las sospechas de su tío, fingió, utilizando simulación de estupidez, gran defecto
psíquico, y con este género de argucia no sólo ocultó su agudeza, sino
que también protegió su vida. Todos los días ensuciaba el hogar materno con
el torpe desaliño de sus vestimentas y su cuerpo, tirado por tierra, lo cubría
de repugnante porquería 11. El color demudado de su rostro y su cara embadurnada de heces expresaban una demencia de ridícula estupidez. Cuanto
emitía su voz era acorde con su locura; cuanto revelaba con sus actos exhalaba
como un olor a profunda ineptitud. ¿Para qué tantas palabras? Se diría
que no era un hombre, sino un monstruo sonriente de delirante condición, a
veces, sentándose junto al fuego y apartando las ascuas con sus manos, solía
fabricar garfios de madera y endurecerlos en las llamas; formaba sus extremos
con puntas colocadas unas frente a otras para que estuvieran más fuertemente
unidas. Cuando se le preguntaba qué hacía decía que preparaba agudos
dardos para la venganza de su padre. Y no pocas risas causaba su respuesta, porque era despreciada la inutilidad de su ridículo trabajo, aunque
más tarde le sería de gran ayuda para sus pronósitos. Esta costumbre infundió
las primeras sospechas sobre sus argucias entre observadores de mayor
inteligencia. Pues esta actividad de escaso arte revelaba el oculto talento de
su artesano. Y no se podía creer fácilmente que fuera una mente obtusa la
que demostraba tanta habilidad técnica en sus manos. Por útimo, solía guardar
con gran cuidado un montón de estacas endurecidas al fuego. Había
quienes, asegurando que poseía un agudo ingenio, pensaban que ocultaba
algo bajo la apariencia de la idiotez su inteligencia y que escondía sus intenciones con engañosos planes, y que no podía descubrirse mejor su ardid que
presentándole a escondidas una mujer de espléndida belleza para que atrajera
su ánimo hacia los encantos del amor. Pues la condición humana es por
naturaleza tan propensa a los placeres que no se puede disimular con artimañas
; y que este impulso sería tan fuerte que no sería capaz de evitarlo con sus
trucos y que por ello, si fingía en realidad la locura, sucedería que, al presentársele la ocasión, se abandonaría al instante a los halagos de la voluptuosidad.
Se encargan, por tanto, de probar al joven, llevado a caballo a las más
alejadas partes de los bosques, con este tipo de tentaciones. Entre aquellos se
hallaba por casualidad cierto colactáneo de Amleto, de cuyo ánimo aún no
se había apartado el afecto por la común educación. Anteponiendo éste a la
presente orden el recuerdo de la pasada amistad, le decía a Amleto, con mayor
intención de prevenirlo contra los sicarios elegidos que de acecharlo con
insidias, que no dudase en pasar por las pruebas más duras tanto si le inducían
a presentar razonables muestras de sensatez como a gozar abiertamente
de las prácticas amorosas. Y no pasó por alto Amleto este consejo. Pues al
serle obligado a montar a caballo se colocó ingeniosamente, de tal modo que,
dando la espalda a la cabeza del animal, miraba de frente a la cola. Y empezó
a utilizarla como brida como si quisiera gobernar con esa parte al caballo,
que ya se había puesto en movimiento. Con esta astucia puso en ridículo el
plan de su tío y desbarató sus insidias. Fue muy gracioso el espectáculo al cabalgar sin riendas y dirigiendo al bruto con la cola.
Al avanzar Amleto, habiendo encontrado a su paso un lobo entre los arbustos,
y decir sus acompañantes que había atacado un caballo de edad joven,
añadió él que había muy pocos como ese en las filas de Fengón, reprochando
las riquezas de su tío con un tipo de imprecación tan discreto como
ingenioso. Asegurando aquéllos que había dado una prudente respuesta, afirmaba él mismo que hablaba así a propósito para que no pareciese en modo
alguno que se abandonaba a la mendacidad. Pero deseando ser considerado
ajeno a la mentira, mezclaba de tal manera sus ardides con la verdad que ni
sus palabras carecían de veracidad ni faltaba a sus juicios punto de agudeza.
Marchando hacia la costa y después de haber dicho los acompañantes
que, encontrado el timón de una nave naufragada, había sido hallado un cuchillo
de formidable tamaño, dijo que con él convenía cortar un enorme muslo,
indicando que la magnitud del timón era acorde con la inmensidad del
mar. Avanzando también hacia unas colinas de arena, se vió obligado a
tomar la arena gruesa por harina, y respondió que había sido molida por las
tempestades marinas que además la habían blanqueado. Alabada por los sicarios
la respuesta, aseguraba también él mismo que la había dado correctamente.
Y abandonado aposta por ellos para que tuviera mayor audacia a la
hora de realizar sus deseos, se encontró como por azar en un lugar apartado
con una mujer enviada por su tío, y se hubiera unido allí con ella si no le hubiera
descubierto la encerrona su colactáneo con secreto género de consejo.
Pues al considerar éste de qué modo podría realizar mejor el oficio de consejero
y superar la peligrosa lascivia de la joven, se ocupó de adaptar a la cola
de un tábano, que luego salió volando, una pajita hallada en tierra. Y lo dirigió
expresamente a esos lugares en los que sabía que estaba Amleto; y con
este hecho prestó una gran ayuda al incauto. Y no fue enviada la señal con
mayor astucia que fue reconocida. Amleto, visto el tábano y al mismo tiempo
la pajita que llevaba colgada de la cola, advirtiéndolo con gran atención,
comprendió el tácito consejo de guardarse del engaño. Aterrado por la sospecha
de la emboscada, sellevó a la mujer, tomada en brazos, a un lugar pantanoso
e impracticable para satisfacer con mayor seguridad sus deseos. Y una
vez consumada su unión le suplicó encarecidamente que no revelase a nadie
el hecho. Y el silencio fue otorgado con el mismo celo con que fue pedido.
Pues una vieja y común educación predisponía muy favorablemente el afecto
de la joven hacia Amleto, porque uno y otro habían tenido en su infancia los
mismos preceptores.
Ya vuelto a casa, al preguntarle todos si se había entregado a los placeres,
manifiesta públicamente que la joven ha sido seducida por él. Interrogado de
nuevo en qué lugar lo había hecho y qué lecho había utilizado, dijo que fijado
a los artesonados del techo, sobre la uña de un caballo y sobre la cresta de un
gallo 2 .Pues se había procurado partes de todos éstos para evitar la mentira
al continuar siendo preguntado. Estas palabras fueron recibidas con grandes
risas por todos los que le rodeaban. Aunque, en broma, no había apartado de
la verdad ninguno de los hechos. Preguntada la joven sobre el mismo suceso,
dijo que no había hecho nada de eso. Se dio crédito a la negación tanto más
cuanto que no constaba que los sicarios hubieran sido testigos. Entonces
aquel que había marcado el tábano para advertirle, a fin de hacer ver que la
salvación de Amleto se debía a la ayuda de su ingenio, decía que él era el único
partidario que tenía desde hacia tiempo. Y no fue torpe la réplica del joven.
Para que no pareciese que despreciaba el servicio de su delator contó
que había visto venir hacia si una especie de camilla con alas de paja y con
una pajita fijada a la parte posterior de su conjunto. Tanto deleitaron estas
palabras al favorecedor de Amleto por su prudencia como hicieron reír a los
demás a carcajadas.
Burlados todos y siendo incapaces de abrir los misteriosos cerrojos de su
joven astucia 3, uno de los amigos de Fengón, más dotado de suspicacia que
de inteligencia, decía que no resultaría utilizar un tipo usual de acechanzas
contra un ingenio de inextricable agudeza. Y que su habilidad era mayor
como para que debiera ser puesta a prueba ligeramente. Por lo cual no procedía
utilizar simples modos de tentación contra su múltiple astucia. Decía
que había sido hallada por él una vía mas sutil de ejecución gracias a su elevado
ingenio, de no difícil realización y muy eficaz para la investigación dcl
asunto propuesto. Que, ausentándose Fengón por simulación de un importante
asunto, convenía encerrar a Amleto solo en una alcoba con su madre,
tras designar con anterioridad un hombre que, sin saberlo ellos, sc situase en
una parte oculta del palacio para escuchar atentamente qué conversación tenían.
Y que sucedería que, si el hijo tenía algo de juicio, no dudaría en hablar
a los oídos maternos ni temería conliarse a su progenitora. El mismo se ofreció de buen grado como encargado de la investigación para no parecer mejor
autor que agente del consejo. Complacido Fengón con tal razonamiento,
partió haciendo simulación de larga marcha. Y el que había dado el consejo
se presentó en secreto en la reunión en que había sido encerrado Amleto con
su madre, y se ocultó bajo el forraje. Pero no le faltó a Amleto remedio contra
las insidias. Temiendo ser escuchado por los oídos ocultos de alguien, comenzó
a lanzar chillidos a imitación de un gallo cuando canta, haciendo primero
como que seguía una estúpida costumbre, agitando los brazos a modo
de batir de alas, y comenzó a hacer volar su cuerpo saltando numerosas veces
sobre el forraje para descubrir si había oculto alguien allí. Y cuando sintió un
bulto bajo sus pies, hundiendo con una espada el lugar, atravesó al que allí
estaba y, sacado violentamente de su escondite lo mató. Luego coció su cuerpo,
dividido en varias partes, en agua hirviendo y lo esparció a través de la
puerta de una cloaca abierta ante los puercos para que lo devoraran 14, y cubrió
sus miseros miembros de pútrido cieno. Eludida de este modo la celada
regresó a la reunión. Y habiendo comenzado su madre a deplorar con grandes
lloros la locura de su hijo, exclamó: «¿Por qué, infame mujer, ocultas con
falso género de lamentos tu gravísimo crimen, tú que, entregándote al libertinaje
propio de una ramera, consiguiendo la impía y detestable condición de
tu lecho, acogiste en tu incestuoso seno al asesino de tu marido y halagaste
con las caricias de inmundos placeres a quien había aniquilado al progenitor
de tu descendencia? Así se unen, ciertamente, las yeguas con los vencedores
de sus machos; es propio de la naturaleza de las bestias ser arrebatadas indistintamente para diversas uniones; de semejante modo te olvidaste de tu primer marido. Yo, en verdad, no me comporto con tanta estupidez como para
dudar ni un momento de que aquel que mató a su hermano se entregó al desenfreno con igual crueldad con sus parientes. Gracias a ello me es posible
asumir un aspecto de tanta idiotez como astucia y utilizar como garantía de
inmunidad mi apariencia de extrema locura. Pero se conserva en mí animo el
deseo de vengar a mi padre, y acecho en espera de pasar a la acción, aguardando
el momento propicio. No siempre conviene lo mismo para todo. Hay
que utilizar sutiles modos de ingenio contra una mente siniestra y malvada.
Resulta superfluo que lamentes mi locura, tú que más bien deberías deplorar
tu ignominia. De modo que es conveniente que llores los defectos, no de una
mente ajena, sino de la tuya propia. Por lo demás, procura guardar silencio».
Con tales reproches exhortó a su afligida madre a practicar la virtud y le enseñó
cómo paliar las antiguas pasiones con el presente estímulo.
Una vez vuelto Fengón, buscaba con continuas pesquisas al autor de la celada
sin hallarlo en ningún momento, nadie afirmaba haberlo visto en lugar
alguno. Preguntado también Amleto en son de burla si tenía noticia de él,
dijo que había ido a la cloaca y que, caído en lo más profundo de ella y cubierto
por gran cantidad de inmundicia, había sido devorado por los cerdos
que se abalanzaron sobre él. A pesar de que expresaban estas palabras su
confesión, provocó la risa de cuantos lo escucharon porque parecía una estupidez.
Y queriendo Fengón deshacerse de su hijastro, sospechoso de indudable
engaño, como no se atrevía a causar esta ofensa ni a su abuelo Rórico ni a su
esposa, pensó que fuera muerto con la ayuda del rey de Britania, para simular
su inocencia mediante la participación de otro. Así, deseando ocultar su
crueldad, prefirió corromper a un amigo antes que hacer recaer sobre si mismo
su infamia. Amleto, al partir, ordena en secreto a su madre que disponga
un tapiz de nudos entrelazados y que celebre falsamente al año sus exequias,
y le promete que por ese tiempo regresará. Marchan con él dos sicarios de
Fengón llevando consigo unas cartas grabadas en madera (pues era muy común
este género de mensajes) en las cuales se encomendaba al rey de Britania
que se ocupara de la muerte del joven. Escudriñando Amleto en sus bolsas
mientras dormían, se hizo con las cartas. Leídas sus instrucciones, se
preocupó de borrar lo que en ellas estaba escrito, y colocadas en su lugar
nuevas figuras, desvió su daño hacia sus acompañantes cambiando el contenido
de la orden. Y no contento con haberse desprendido de su condena de
muerte y haber transmitido el peligro a otros, añadió a falso titulo de Fengón
el ruego de que el rey de Britania entregase en matrimonio a su hija al tan
prudente joven enviado a su presencia.
Y cuando se llega a Britania se dirigen los legados al rey y presentaron
las cartas que consideraban instrumento de muerte ajena como señal de su
propia ruina. No prestando atención a esto, los acogió el rey con hospitalaria
humanidad. Entonces Amleto, desdeñando todo el aparato de regios manjares
como si fueran un vulgar convite, rechazó con sorprendente género de
abstinencia la gran abundancia de alimentos, y no evitó menos la bebida que
la comida. A todos causaba admiración el que un joven de nación extranjera
sintiera, como si se tratara de alguna bazofia silvestre, repugnancia por las
tan exquisitas delicias de la mesa real y de manjares presentados con tanto
lujo. Finalizado el convite, el rey, después de ordenar a sus amigos descansar,
se preocupó por conocer con secreto género de pesquisa las conversaciones
nocturnas de sus huéspedes gracias a uno que se deslizó en su alcoba.
Interrogado, pues, Amleto por los sicarios por qué se había abstenido de los
manjares de la cena como si de veneno se tratase, dijo que el pan estaba rociado
con sangre, que la bebida tenía el sabor del hierro y que las carnes desprendían
hedor a cadáver humano como corrompidas por cierta cercanía a fúnebres olores. Añadió también que el rey tenía mirada de siervo y que la reina mostraba en tres de sus actitudes modales de esclava, siguiendo con
críticas llenas de oprobio tanto hacia el banquete como hacia sus anfitriones.
Al instante comenzaron los sicarios a reprocharle su antigua deficiencia
mental, a insultarle con diversas y jactanciosas burlas porque censuraba lo
irreprochable y criticaba lo correcto, porque ofendía con desvergonzadas
palabras a un rey distinguido y a una mujer de refinadas maneras. y porque
salpicaba con el desprecio de su extrema desfachatez a quienes merecían alabanzas15

Al conocer el rey estas cosas por su servidor dijo que el autor de tales
cosas o sabía por encima de lo mortal o deliraba, comprendiendo con tan
pocas palabras La perfectísima profundidad de su ardid. Tras hacer llamar a
su administrador, le pregunta de dónde adquirió el pan. Al asegurar éste que
había sido hecho por el panadero doméstico, pregunta a su vez dónde creció
la cosecha de su material y si allí había algún indicio de matanza humana.
Respondió aquel que no lejos había un campo cubierto de antiguos huesos
de muertos y que mostraba manifiestos indicios de una antigua batalla, y que,
más fértil que los demás, lo había sembrado él mismo con semilla de primavera
con la esperanza de una abundante cosecha. Pero que no sabía si el pan
había contraído de esta sangre algo de mal sabor. Oído esto, el rey, viendo
que Amleto había dicho la verdad, se preocupó también de saber de dónde
había sido tomada la carne. Aquél manifestó que sus cerdos, escapados de su
custodia por descuido, se habían comido el cadáver putrefacto de algún ladrón
16 y que quizá por ello sus carnes habían tomado un saber semejante a
la descomposición. Viendo el rey que también era cierto en esto la afirmación
de Amleto, preguntó con qué líquido habían mezclado la bebida. Cuando
supo que había sido preparada con agua y harina, hizo excavar el lugar
donde se le señaló la fuente y halló numerosas espadas consumidas por la herrumbre, de cuyo contacto se pensó que había tomado el mal gusto. Otros dicen
que la bebida fue censurada porque al probarla descubrió en ella abejas
alimentadas del vientre de un muerto y que de ahí había tomado ese sabor
enrarecido, porque en él habían tenido antes su panal. Viendo el rey aclaradas
convenientemente las causas de los criticados sabores y dándose cuenta
de que la ignominia de sus ojos 17 resaltada por aquel se refería a su vileza de
estirpe, se reunió en secreto con su madre y le preguntó quien había sido su
padre. Diciendo ésta que no se lo había revelado a nadie excepto al rey, le
exigió con amenazas que se lo manifestara, y se enteró de que había nacido
de un siervo, descubriendo con forzada confesión la ambigüedad de su distinguido origen. Así que, tan confundido por la vergüenza de su condición
como deleitado por la inteligencia del joven, le pregunta por qué había ofendido
a la reina con la reprobación de sus costumbres serviles, pues también
había visto dañada la alcurnia de su cónyuge en la conversación nocturna de
su huésped. Y le dijo que había nacido de madre sierva 18. Y le demostró los
tres defectos por los que había descubierto sus maneras serviles: uno, el que
cubriera su cabeza con un pañuelo al modo de los siervos; otro, el que se
arremangase el vestido al andar; y el tercero, que removiera con un palillo los
restos de comida que quedaban entre sus dientes y luego, una vez extraídos
se los comiera. Pero recordó también que su madre había sido capturada y
reducida a la servidumbre, para que no pareciese culpa más de su origen que
de su educación plebeya.
El rey alabó su sagacidad como si se tratara de un ingenio divino y le dio
a su hija en matrimonio; y acogió su consentimiento como si fuera testimonio
del cielo. Por otra parte, al día siguiente ejecutó a sus acompañantes en la
horca para satisfacer las órdenes de su amigo. Pero Amleto encajó este beneficio
como una ofensa con simulación de molestia y recibió oro del rey a título
de compensación, que después se encargó de fundir a fuego y verterlo en
secreto en unos bastones huecos.
Tras pasar un año con el rey, regresó de nuevo a su patria, una vez solicitado
el permiso de partida 19. no llevando nada consigo del gran aparato de
riquezas reales, excepto los bastoncillos rellenos de oro. Cuando llegó a Jutia
cambió su presente apariencia por las antiguas costumbres que antes había
adoptado, ofreciendo a propósito un aire de grotesco aspecto.
Y habiendo entrado en la estancia donde se celebran sus exequias cubierto
de porquería, causo a todos gran estupor, porque había sido divulgado falsamente el rumor de su muerte. Por último trocó el horror en risas al censurar
jocosamente a los invitados que estuviera vivo aquel a quien honraban
con ritos fúnebres como si estuviera muerto. Preguntando también por sus
dos acompañantes respondió mostrando los bastones que llevaba: «Aquí están
uno y otro». Y no sabrías si lo dijo más en serio que en broma. Y ciertamente
estas palabras, aunque fueron consideradas por muchos como carentes
de sentido, no se apartaban sin embargo de la verdad porque revelaban el
precio de la compensación de los muertos 20 Uniéndose después a los coperos,
para provocar mayor hilaridad entre los convidados, desempeñó afanosamente
el oficio de escanciador. Y para que no le molestase al andar su vestido
suelto, se ciñó al costado una espada que, extendiéndola a propósito,
hería con su parte superior sus dedos. Porque los circunstantes se encargaron
de que la espada fuera traspasada por la vaina con un clavo 21. Y para tener
mas despejado el camino sus insidias fatigó con numerosas libaciones a la
nobleza, ya atiborrada de bebida 22, y hasta tal punto los venció a todos con
el vino que debilitadas las piernas por la embriaguez, se entregaron al sueño
allí mismo, en el palacio, y utilizaron su puesto como mesa y lecho. Viéndolos
dispuestos para su encerrona y considerando que se había presentado la
ocasión de cumplir su propósito, sacó de su seno las estacas largo tiempo
preparadas y, entrando después en la sala en la que los próceres eructaban su
borrachera mezclada con el sueño de sus cuerpos esparcidos por doquier, hizo
caer, tras cortar las ligaduras, la cortina confeccionada por su madre, que
cubría las paredes interiores de la estancia. Arrojada sobre los que roncaban
y fijadas en las estacas, las ató con el inextricable artificio de sus nudos dc
modo que ninguno de los súbditos pudiera conseguir levantarse por mucho
que lo intentara. Después de esto prendió fuego a la estancia y, propagándose
el incendio con sus voraces llamas, envolvió todo el edificio, consumió el pa—
lacio y abrasó a todos mientras dormían profundamente o intentaban desasírse
en vano 23. A continuación, dirigiéndose a la alcoba de Fengón, que ha
bía sido conducido antes por sus servidores a su cámara, cogió su espada
colocada junto al lecho y dejó en lugar de ésta la suya propia. Tras hacer leyantar
después a su tío, le dijo que sus nobles eran consumidos por el fuego;
y que allí estaba Amleto, armado con sus antiguos garfios y ansioso por
ejecutar el debido castigo por la muerte de su padre. Saltando Fengón del
lecho a estas voces, es muerto mientras, desprovisto de su propia espada,
intentaba herir al otro inútilmente.
Esforzado hombre aquél y digno de eterna memoria quien, utilizando
astutamente la ficción de su locura, ocultó una sabiduría más elevada que
el ingenio humano con admirable simulación de estupidez, y utilizó la astucia
no sólo para guardar su propia vida, sino también para hallar la ocasión
propicia de vengar a su padre. Pues no se sabe si, al protegerse a sí mismo
con astucia y vengar valientemente a su padre, debe ser considerado más
valiente que sabio o más prudente que arrojado 24.

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