El rey Danés Syvaldus, tenía una hija llamada Syritha que era extraordinariamente bella. Pero por desgracia y traición ella cayó en manos de un gigante. Una mujer hizo un trato secreto con el gigante, y se ganó la confianza de Syritha quien la cobijó a su lado como su doncella. La mujer condujo a Syritha a un lugar apartado de la montaña donde el gigante estaba al acecho, y pudo capturarla.
Cuando Otharus supo de esto, emprendió rápidamente su búsqueda. Exploró por cada rincón de las montañas, encontró a Syritha y eliminó violentamente al gigante que la había raptado.
Syritha se encontraba en una condición muy extraña cuando Otharus la liberó. El gigante había enroscado su cabello tan fuerte y lo había presionado con cerrojos de tal modo que ella quedaba sujeta por el pelo que tomó la forma de un cuerno de metal. Otharus tuvo que usar una herramienta especial forjada por los enanos para poder liberar los cerrojos. La mirada de Syritha estaba fija, apática, nunca miró a los ojos a su salvador. Fue la decisión de Otharus devolverla sin un rasguño a su familia, aunque ella no demostraba ningún agradecimiento, solamente frialdad e indiferencia, por lo que Otharus decidió abandonarla a su suerte por el camino.
Ella vagó por estas tierras salvajes y llegó a la casa de una giganta, quién la obligó a cuidar sus cabras. Otharus se arrepintió, de haberla abandonado, salió nuevamente a buscarla, y la liberó por segunda vez. Luego le pidió que al menos le dirigiera una mirada ya que él había sufrido mucho al ir a buscarla, rescatarla, y brindado protección para regresarla con su madre y su padre a salvo. Pero Syritha continuaba con su mirada clavada en el suelo, igual de fría e indiferente que antes. Otharus la dejó otra vez a su suerte. Syritha se apresuró en irse entre las rocas y en las sombras se vistió de halcón y voló cruzando las fronteras del Jothunheim. Otharus cruzó el río Elivágar que fluye cercano a los límites que separan los mundos, del otro lado pronto vio la casa de sus padres.
Pero el Wyrd quiso que ella llegara a casa de los padres de Otharus, se presentó como una mujer pobre buscando refugio, pero sus costumbres refinadas dejaron ver que no era así, y fue hospedada como una noble invitada. Otharus ya había regresado a casa, ella creía que podía pasar desapercibida por él, si mantenía su rostro cubierto por un velo, pero Otharus apenas la vio supo quien era ella.
Para saber si ella tenía algún sentimiento aunque fuese pequeño por él, Otharus organizó una boda falsa entre él y una joven cómplice. Cuando fue a su dormitorio nupcial, Syritha como madrina de la boda, llevaba una vela encendida muy cerca de él. La llama derritió la vela y quemó su mano, pero ella no sentía dolor, porque en su corazón había un dolor más grande que ese fuego. Cuando Otharus le pidió que tuviese cuidado con su mano, recién ella levantó sus ojos fijos en el suelo y sus miradas se encontraron. Con esto, el hechizo que caía sobre Syritha se quebró. Ellos claramente se amaban y la boda falsa se transformó en una real entre Syritha y Otharus.
Cuando su padre fue informado sobre esto se encolerizó muchísimo, pero luego que su hija le explicó todo lo sucedido, su ira se convirtió en bondad y gracia, y él mismo se casó con la hermana de Otharus.
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