PRIMERA PARTE
EL ACOSO DEL OGRO INFERNAL
La amenaza de Grendl
Poco tiempo después de inaugurarse el lujoso Heorot - quizá atraído por el sonido de las arpas y las risas de los concurrentes-, uno de los monstruosos habitantes de las marismas se acercó durante la noche a fisgonear a través de las ventanas del Salón, en el cual los nobles se habían recogido para dormir en sus sitiales, una vez retiradas las mesas.
Su nombre eran Grendl, hijo de Wolkja. Sorpresivamente, se encontró con el Salón atiborrado de nobles y guerreros obnubilados por el alcohol y las opíparas viandas, durmiendo a pierna suelta. Ningún asomo de piedad enseñó la monstruosa criatura; sin misericordia, arrancó de su sueño a treinta de los concurrentes a la fiesta y huyó rápidamente rumbo a su guarida, ávido de comenzar a devorar su botín.
Y fue sólo en la incierta penumbra que precede al alba cuando los hombres comprendieron la magnitud del hecho perpetrado por Grendl. Grandes lamentos se oyeron durante toda la mañana, y muchos jefes poderosos, curtidos en mil batallas, vieron surcar por sus mejillas amargas lágrimas por sus compañeros perdidos. La angustia oprimía duramente sus corazones mientras seguían el rastro del cruel enemigo, el cual iba dejando detrás de sí un notorio rastro de la sangre de sus víctimas, tan evidente como persistente y prolongado.
Pero no había pasado sino una sola noche después del primer brutal asesinato cuando persistió de nuevo en sus correrías, matando a otros tantos guerreros, sin que lo conmovieran en lo más mínimo la violencia ni su propia malignidad, ya que desde siempre, ambas formaban parte de su vida.
Nuevamente debieron el rey y sus nobles llorar a sus compañeros caídos,mientras buscaban al agresor, que, pudiendo alejarse del castillo para buscar descanso en cualquier lado, en un alarde de osadía despejó un espacio entre las burum del Mead Hall y se refugió allí para dormir después de su sangriento banquete. No obstante, ninguno de los guerreros de Hrothgar,soldados probados en los avatares e innumerables batallas, fue capaz de enfrentarse al feroz enemigo, aún dormido, y de allí en más, el Mead Hall permaneció desierto durante las noches, mientras sus usuales concurrentes buscaban refugio en otros sitios más seguros.
Aquello dejó el camino libre para que Grendl se enseñoreara del castillo, luchando mano a mano contra muchos enemigos a la vez, cuando era necesario o se le antojaba alimentarse, y burlándose y desafiando a la justicia de los hombres, mientras Hrothgar se debatía en la más profunda desesperación.
Doce inviernos transcurrieron en Heorot,mientras en todas las latitudes los poetas cantaban tristes baladas sobre la forma en que Grendl de había apropiado del Mead Hall de Hrothgar. Él sufría la más cruel de las amarguras, viendo las constantes bajas de sus camaradas de armas, y cómo ninguno de sus guerreros, incluso los más intrépidos, se sentían capacitados, individual ni colectivamente, para enfrentar a la bestia, que se negaba a reconocer sus atrocidades y a pagar por sus desmanes. Es que el impío monstruo, acicateado por su aún más aterradora madre, se rehusaba terminantemente a entablar trato alguno con los scyldinga,ni con ningún ser humano que tratara de acercársele, quien era inmediatamente destrozado por las garras del gigante.
Así animado por la impunidad de sus correrías, y conocedor de que su provisión de alimento estaba asegurada en el Mead Hall, Grendl recomenzó sus andanzas por los pantanos que lo habían visto nacer, donde se sentía protegido por la eterna penumbra que le proporcionaba la lujuriosa vegetación.
Pero luego llegó la más cruel de las injurias: cansado de deambular por las marismas, asesinando a cuanto caballero cruzaba en su camino, joven o anciano, el engendro infernal se instaló en el propio salón del castillo, pasando allí todas las noches, aunque la voluntad de los dioses no permitió que profanara el trono real.
Nunca un rey se mostró tan desolado como el otrora poderoso Hrothgar se veía en esos momentos. Desesperado, reunió consejo tras consejo para que le propusieran qué hacer con el monstruo, recurrió a los templos paganos, elevó plegarias a los dioses e incluso invocó a los más aberrantes espíritus de los Mundos Inferiores. En su desesperación por librarse del flagelo que los quejaba, los scyldinga olvidaron a su Creador. ¡ Desdichado sea el que caen en las llamas del infierno, incluso en la mayor de las desgracias, pues ningún consuelo puede librarlo de ese flagelo! En el colmo de su terror y su desesperación, ignoraron al juez de Todo lo Creado, se olvidaron del Señor, y aquello sólo podía conducirlos, al término de su vida, a una pérdida del anhelado Valhalla.
Aquella invasión de su Salón significó un terrible quebranto para el espíritu de Hrothgar; casi a diario sentó alrededor de sí al Consejo de los Poderosos, tratando de impedir las mortales correrías del monstruo, pero todo fue en vano: el engendro demoníaco siguió incursionando por el interior del Mead hall, sin que los más valientes y arrojados guerreros scyldinga pudieran hacer nada por evitarlo y , en su desesperanza, olvidaron incluso al Protector del Universo, a quien siempre habían recurrido en momentos de apuro.
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